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Pere Casan

El tiempo interrumpido

A propósito de “El sueño del tiempo” de Carlos López-Otín

Paso los días de la segunda oleada vírica con la lectura del magnífico libro de Carlos López-Otín y Guido Kroemer “El sueño del tiempo”. Texto de escritura obligada y de lectura a fuego lento donde se habla del tiempo universal y del tiempo biológico, del envejecimiento y de la longevidad, en unas circunstancias personales y sociales que llevan a la meditación. Difícil añadir comentarios a un texto riguroso y extenso con referencias excelentes para cada afirmación. Difícil pero no imposible ya que la lectura me sumerge en una reflexión sobre una particularidad temporal poco contemplada, el tiempo interrumpido.

Tiempo interrumpido fue el que experimentaron aquellos que vivieron el jueves 4 de octubre de 1582 y despertaron al día siguiente como el viernes 15 de octubre del mismo año. La decisión del Papa Gregorio XIII produjo grandes protestas entre los que consideraron una sustracción de 10 días en su vida, aunque el ajuste del calendario permitió una mayor precisión en el cálculo del tiempo. Los días comprendidos entre las dos fechas desaparecieron “literalmente” del mapa, se esfumaron y nunca existieron, quedaron suspendidos en el infinito de la intemporalidad. Podemos también considerar como tiempo interrumpido el del óvulo congelado en espera de su fertilización. La célula existe en todo su potencial pero el contador de tiempo no ha iniciado su arranque y se trata de una pausa en espera del inicio. Es un tiempo “pre vital” que debe ser bien definido en los códigos deontológicos. Tiempo interrumpido es también el que transcurre para las personas en espera de juicio y que se mantienen en la cárcel, muy especialmente si luego se produce una absolución. Este es un hecho que aunque no ocurre con mucha frecuencia, deja una sensación de profunda amargura no solo entre quienes la sufren sino en toda la población. Tiempo interrumpido es el de la espera de un trasplante o una intervención quirúrgica, con el oído fijo en el teléfono que puede llamar en cualquier momento y dar por finalizada una incertidumbre de meses. Lo es también el de los opositores, que preparan día tras día, semana tras semana, con una continuidad interminable los temas que deberán recitar de memoria, o el del náufrago, perdido en una isla desierta en espera que alguien le devuelva a la civilización. Tiempo también detenido es el de tantas y tantas personas que malviven en los campos de refugiados o que cruzan el mar Mediterráneo en espera de un puente de salvación para sus vidas. Tiempo suspendido por un hilo invisible, que transcurre con lentitud como todos los tiempos de espera y que lo es también de esperanza.

El tiempo actual de la pandemia merece una mención especial como tiempo interrumpido. Tiempo paralizado, tiempo contenido, obturado, de bloqueo, de dolor por tantos y tantos fallecimientos, por tanta enfermedad entre familiares y amigos. Tiempo de fatiga y de fiebre, de cautela y de sosiego. Tiempo que se ha detenido también en el calendario, que obliga a suspender todas las actividades presenciales, que nos aleja de la fiesta, del viaje, de la celebración y del disfrute de cada instante en compañía. Vivimos un tiempo muy singular, donde las escuelas y el trabajo nos avisan a diario de nuevos contagios que obligan a guardar un aislamiento y separación. Tiempo de crisis económica y social como no recordábamos en nuestro mundo de opulencia. Esta interrupción temporal dejará una huella en nuestro carácter de la que deberemos salir con la mayor prontitud posible.

Tiempo musical interrumpido es el de Joaquín Sabina. “El hombre del traje gris, saca un sucio calendario del bolsillo y grita, quién me ha robado el mes de abril”. El mes de abril y el de mayo y el siguiente, hasta poder concretar el tiempo olvidado en espera de una salida a este fenómeno natural que no esperábamos. Y tiempo muy especial fue el de Paul Wittgenstein (1887-1961), quien después de perder el brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial, nos deleitó con un concierto especialmente escrito para ser interpretado por el músico vienés con su mano izquierda. La obra se debe a Maurice Ravel (1875-1937) y la elaboró pensando en la situación del intérprete. El músico austriaco introdujo ligeras modificaciones que no fueron del agrado del compositor, pero la mano izquierda suena con firmeza y arrebata al público, ganado por la enorme fuerza del regreso del pianista. Tiempo literario escondido fue también el de Marcel Proust (1871-1922) “À la recherche du temps perdu”, donde la enfermedad y la guerra sumergen al protagonista en una latencia temporal mientras moja la magdalena en el té.

Tiempo interrumpido como parte de la enorme flecha del tiempo cósmico o biológico. Tiempo con un sentimiento muy especial que muchos preferirían no haber vivido pero que forma parte de la biografía de cada uno de nosotros. Quitemos esta etiqueta del tiempo de pandemia y regresemos pronto al tiempo de normalidad, con la mirada puesta en el presente “Carpe diem”, que es el mejor momento de cada una de nuestras vidas.

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