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Juan de Lillo

Vivir en la esquizofrenia

Los intentos de socavar la figura de Felipe VI

Si alguien nos lo hubiera dicho hace tres años, le habríamos respondido que estaba loco, que una situación semejante habría sido cosa de diván para que los siquiatras de la política, los politólogos, trataran el caso. Y repasé uno por uno los gobiernos de nuestro entorno y afines occidentales, y no se da ni un solo caso que se asemeje al de España. Y no es porque, como dice el eslogan, sea diferente, sino porque desde hace dos años nuestro país vive sumergido en plena esquizofrenia y claros rasgos bipolares. Porque ya me dirán qué aqueja a un gobierno, en el que una parte, minoritaria en ministros y en parlamentarios, cuarta fuerza con menos de cuarenta diputados, quiere convocar, frente a su socio, un referéndum para que los ciudadanos elijan la forma de Estado, sin que, de momento, el pueblo haya demandado que la Constitución dé cauce alguno a semejante desvarío. Más bien le preocupan algunos manejos que desestabilizan la vida política y social de los españoles.

Porque es, precisamente, nuestra Carta Magna la que lo define: monarquía constitucional, parlamentaria, aprobado por cerca del 90 por ciento de los españoles, por si no les hubiera quedado suficientemente claro a los promotores de ese camino hacia un régimen bolivariano marxista-leninista-populista al que quieren conducir a España. Y después, mandar ellos, los líderes, con elecciones trucadas, parlamento domesticado, jueces sometidos, libertad de expresión cercenada y la miseria a la puerta de cada casa, menos de las suyas, como siempre ocurrió en los países comunistas. Pablo Iglesias es un adelantado, porque si tuviera suerte su intento, que no, él ya estaría situado. Además, las desavenencias diarias, insoportables para la parte más moderada del Gobierno, soportan esa esquizofrenia bipolar únicamente para que Sánchez siga agarrado al sillón.

Y como muleta en la que apoyar su proyecto, Podemos y afines, junto con los separatistas, intentan socavar, un poco cada día, la figura del Jefe del Estado, Felipe VI, rey prudente y el más culto y preparado de la historia de España. Y no puede cargar un hijo con los pecados de su padre, porque también Iglesias Turrión llevaría los suyos a cuestas.

Ellos esperan, porque es lo que buscan, que un régimen republicano rompa la unidad de España, situación que desde hace cuarenta años amarra la Constitución de 1978, la única hasta ahora que ampara por igual a todos los españoles, sin que la mitad del Parlamento la haya redactado contra la otra media, como en el pasado. Y, que además, permite a los actuales dirigentes acceder al poder, sin exclusiones como en alguno de los países de nuestro entorno, que mantiene al comunismo y al nazismo fuera de la ley. Así se ahorraron muchos dolores de cabeza. Pero hay pueblos, como el nuestro, que no aprenden de la experiencia del pasado, y son capaces de tropezar en todas las piedras del camino, como si el tiempo de buena convivencia se les hiciera demasiado largo. Una especie de cansancio democrático en busca de nuevas emociones.

Los españoles de hoy reciben cada día una lección de historia “on line”, sobre la marcha, para que los historiadores tengan suficientes testigos, y no tomen los datos según lo que quieren y conviene a su ideología, y no tal como están ocurriendo. Evitarían que alguien en el futuro tome la memoria histórica parcelada, a la carta. Sin embargo, y pese a la confusión en la que vivimos, a millones de españoles, les gustaría que se produjera el milagro, milagro habría de ser, que retornáramos a los orígenes, cuando en los primeros pasos de la Transición políticos de ideologías tan encontradas, depusieron sus rencores y reivindicaciones para hacer el futuro en paz. Y lo consiguieron durante cuatro decenios hasta que llegaron los nuevos descubridores del peor pasado, tan lleno de desavenencias, odios y sangre. Después de siglos de desencuentros, este viejo país, el más viejo de Europa, merece una larga prórroga para arreglar un buen futuro para las generaciones venideras. Parece que para una minoría de impacientes totalitarios es mucho pedir.

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