La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

buznego

¿Dónde está Asturias?

La necesidad de hacerse bien visible en el mapa

A pesar del virus y todo lo demás, la sociedad española se mueve. El Círculo de Economía de Barcelona ha organizado el ciclo de conferencias “España en el contexto geopolítico de la post pandemia”. Aunque el título se presta al malentendido, el tema principal a debatir en las cuatro sesiones programadas es nuestro modelo de organización territorial. En la apertura, Ximo Puig habló de la pluralidad de las Españas, reivindicó la España invisible, de la que hizo partícipe a las cuencas mineras junto a las comarcas que se despueblan, denunció el centralismo que aún pervive y abogó por una reforma profunda del Estado de las Autonomías, orientada a establecer un sistema de financiación justo y un reparto del poder más equilibrado. Aprovechó la ocasión para destacar los avances recientes de su Comunidad, facilitados por el acuerdo político y el pacto social, que le han permitido presentar ya catorce grandes proyectos a los fondos europeos con un amplio respaldo, y reclamó el lugar que según él debería ocupar la región levantina. Para terminar, hizo una propuesta de colaboración a Cataluña basada en la novedosa idea de una “commonwealth mediterránea”, que desde tiempo atrás viene siendo insistentemente promocionada por el geógrafo Josep Vicent Boira.

El ofrecimiento del presidente valenciano produjo un eco sonoro. La presidenta de Islas Baleares no tardó en aplaudir la iniciativa. Enric Juliana, un observador lúcido y detallista, al día siguiente escribió una frase que es todo un desafío: “Estamos ante una idea pacificadora que interpela al resto de España”. El periodista catalán, fascinado con la capacidad cognitiva de los mapas, advierte en su artículo la presencia de dinámicas que desbordan las líneas de demarcación políticoadministrativas y visualiza la conexión de la comunidad mediterránea con el corredor del Ebro, la mancomunidad de la gran región vasca con la Aquitania francesa y una vinculación estrecha de Portugal con Galicia por el norte y con Extremadura en la zona meridional. En uno de sus libros, situó a Asturias en el nuevo Sur, que es como denomina al conjunto de regiones ubicadas en el cuadrante noroeste de la península y sometidas a las mismas tendencias económicas y demográficas. En fin, Madrid, donde al final convergen todas las miradas de la política nacional, dicho certeramente por su presidenta, encierra una España entera en sí misma.

Es un hecho que la política territorial se encuentra en situación de abierta disputa. Nunca fue una cuestión cerrada, pero ahora ha perdido la mínima estabilidad que tuvo durante décadas. La fortaleza de los nacionalismos soberanistas, decisivos en el Congreso, que gobiernan sus Autonomías y son socios preferentes del ejecutivo español, ha generado un clima de elevada tensión política entre los jacobinos y los federales, partidarios respectivamente de una recentralización y de una mayor distribución del poder. Las palmarias asimetrías del estado autonómico son tan insuficientes para unos como inadmisibles para otros. Aunque una mayoría de españoles sigue prefiriendo el diseño actual, la lucha por el poder territorial polariza la vida política y ha crecido el porcentaje de quienes optan por otras fórmulas, enfrentadas entre sí.

Frente a Cataluña y el País Vasco, que en ausencia de instancias multilaterales se comunican por una línea reservada con el gobierno español, han intentado ejercer el derecho de autodeterminación por distintas vías y cuyas exigencias ponen al estado bajo una fuerte presión, el resto de las regiones ha adoptado por lo general una actitud prudente, cuando no resignada. Pero algunos “barones”, como si así respondieran a Enric Juliana, empiezan a darse por aludidos y parecen dispuestos a hacerse oír en el concierto autonómico. Los intereses de sus gobernados y, por qué no decirlo, cierto trato clientelar con ellos, los empujan a implicarse más activamente en los conflictos distributivos en torno a la financiación y las inversiones, y en las batallas simbólicas.

¿Y Asturias?, me pregunto yo, sintiéndome también interpelado. Si Ximo Puig considera que la Comunidad Valenciana y Cataluña solo podrán conseguir una presencia influyente en Europa actuando juntos, es fácil deducir la imperiosa necesidad de Asturias de sumar fuerzas con otras regiones. Esta semana, la prensa informaba de una alianza entre Aragón y Castilla La Mancha para desarrollar proyectos en común con financiación europea. La Unión incentiva la cooperación interregional, y la Constitución y el Estatuto de Autonomía asturianos prevén la firma de acuerdos entre Comunidades. Por sus dimensiones, la importancia de acceder a los fondos europeos y las dinámicas territoriales en curso, para Asturias es apremiante buscar un punto de encuentro con las regiones vecinas. Todos los presidentes asturianos lo anunciaron en sus planes de gobierno y Javier Fernández dio pasos alentadores en esa dirección. Para tener una geopolítica hace falta estrategia y liderazgo. Y para llegar a esto la sociedad asturiana ha de reencontrarse a sí misma, comprender las posibilidades de la Autonomía en un mundo de gobiernos multinivel, abrir una conversación pública y hacerse de nuevo bien visible en el mapa.

Compartir el artículo

stats