Asturias figura entre las comunidades menos dinámicas y, aún peor, empieza a ceder puestos en la cola. La anterior recesión y la pandemia han provocado que la región caiga en competitividad del séptimo al undécimo puesto. Competir, fija el diccionario de la Lengua, significa igualar en perfección o propiedades una cosa análoga hecha en otra parte. Y, en estrictos términos económicos, mejorarla para favorecer el desarrollo de la actividad. Las empresas cada vez hallan más trabas para instalarse aquí y han recibido una última puñalada con el estatuto eléctrico, un revés tan duro que hasta al Gobierno socialista del Principado encuentra dificultades para colocarse de perfil ante sus conmilitones de La Moncloa. ¿Quién va a ofertar trabajo si se asfixia a los empleadores? Salvo que aspiremos a vivir de gorra. 

Tantas veces los especialistas alertaron sobre la delicada situación económica, que en Asturias empieza a ocurrir como en la narración del lobo y las ovejas: las advertencias repetidas desde hace décadas suenan a broma de mal gusto, cuando no a mentira. Sigue amaneciendo, nadie las considera. Pero el cánido llegó y devoró el rebaño. La realidad comienza a resultar extremadamente preocupante si no se actúa con precisión y diligencia. Por esbozar un sucinto retrato: A día de hoy, los empleos en sanidad y servicios sociales, 41.000, en su inmensa mayoría sostenidos por el erario, superan por primera vez a los de las fábricas, 38.000. El sector público, que incluye a las administraciones, bate un récord: 60.000 contratados. Unas 35.000 personas, entre parados, regulados o autónomos con el negocio cerrado o al ralentí, están sin trabajo dentro de la hostelería, a los que cabe añadir miles de comerciantes. La región caerá este año un 10,4% y será la cuarta que más tarde en volver al PIB de 2019, según Funcas.

En paralelo, el agujero de las pensiones bate otro registro. El Principado se ha convertido en la autonomía con mayor dependencia de la Seguridad Social. Si hubiera que cubrir las prestaciones con las aportaciones de los ocupados, más de la mitad de los jubilados asturianos (el 53,5% exactamente) no podría cobrar. El desfase entre lo que Asturias aporta al sistema y lo que percibe ya alcanza los 2.568 millones.

El último estudio del Consejo General de Economistas divulgado la semana pasada constata la dramática pérdida de competitividad del Principado frente al resto de España. Eso significa que, por unos motivos u otros, la región decae en atractivo para la inversión exterior o para la incorporación de talento, con un modelo de desarrollo cercenado y una productividad menguante. El documento revela una sorprendente anomalía: pese a contar con buenas infraestructuras y un sobresaliente capital humano, por formación, cualificación y adaptación a la tecnología, el entorno institucional y la eficiencia empresarial –dos indicadores que valoran, entre otros aspectos, el déficit de las administraciones, la deuda, el gasto corriente, la presión fiscal, las trabas burocráticas y los costes laborales– limitan las posibilidades de incrementar el bienestar de los ciudadanos.

El problema no son los asturianos, sino la ineptitud de las estructuras de mando para encontrar un rumbo que aproveche su fuerza. Comunidades con menos solidez industrial, y ocupaciones de baja calidad, obtienen resultados brillantes. Y todas las del Noroeste, que parten con lastres semejantes de envejecimiento, despoblación, desajustes y estancamiento, mantienen su nivel salvo la nuestra.

Por si todo esto fuera poco deterioro con el que apechugar, llega el cuento de la buena pipa en el que se ha convertido la rebaja del precio de la luz para rematar la faena. Este engendro que sacrifica a los megaconsumidores energéticos de aquí para beneficiar a otros pequeños de Cataluña, Valencia y el País Vasco amenaza con provocar un infarto en el corazón industrial de Asturias. Estamos hablando de comprometer miles de puestos en los gigantes electrointesivos y en decenas de talleres alrededor. De dinamitar una actividad claramente viable en la que esta tierra sí está en condiciones de rivalizar con cualquiera. Y de obstaculizar el despegue de compañías que realizan un enorme esfuerzo de transformación para fabricar de manera limpia, siendo las que más emisiones contaminantes han eliminado en el país. Solo faltaba que por ser más papistas verdes que el papa o por componendas de legislatura nacional, dentro de unos años hubiera que cambiar la marca. De “Asturias, paraíso natural” a “inhóspito desierto” o “infierno para los emprendedores”. Los empresarios, unánimes, empiezan a sentirse hartos de promesas incumplidas y de remar con una mano atada a la espalda. Y advierten, como hoy dejan patente en LA NUEVA ESPAÑA: la confianza se quebró.

Estamos en el territorio más inútilmente auscultado de la historia porque el enfermo no sana aunque sus males fueron mil veces diagnosticados, desde el ínclito Castell, ministro de Universidades desaparecido, hasta el último comité interdisciplinar de sabios. Mucha doctrina, pero nadie frena el retroceso, ni promueve medidas que dejen respirar a los empresarios y allanen la llegada de otros. A cada obstáculo, exigir ayudas constituye la única respuesta, con el Gobierno autonómico en cabeza. Dejemos de vivir en el mundo de la fantasía: para repartir riqueza antes hay que generarla. Lo otro es caridad.