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Millas

El trasluz

Juan José Millás

La conservación del pescado

Lo importante de una crítica literaria no es tanto lo que dice del libro del que se ocupa como lo que dice de sí misma. Esta máxima vale también para los comentarios de los partidos de fútbol o de las carreras de coches. Y para la información política. Cuando hablamos, la gente no atiende tanto a lo que manifestamos acerca de esto o de lo otro como al retrato que el modo de decirlo hace de nosotros mismos. Cuando leo una novela atiendo tanto a la peripecia argumental como a lo que esa peripecia, o la manera de contarla, dice de la novela. Las novelas tienen su personalidad, sus rasgos psicológicos y físicos. Hay novelas con mal carácter, lo que no significa que sean malas (en ocasiones son las mejores) y novelas con las que resulta fácil llevarse bien porque no son agresivas. Hay novelas con problemas de estómago. A éstas, las detecto enseguida. Este relato no digiere bien, me digo. Como soy muy influenciable, tampoco es raro que su lectura me produzca ardor de estómago.

Ese efecto colateral no significa necesariamente que la novela no me guste. Las gambas al ajillo, con su pizca de guindilla, me caen pesadas, pero son estupendas. Las disfruto mientras las como conociendo de antemano el precio que pagaré por ese placer. ¿Qué dicen unas buenas gambas al ajillo de sí mismas? Mucho: su materia prima, un crustáceo previamente decapitado y pelado, viene de esa dimensión extraña que llamamos mar. Han vivido entre rocas, en paisajes que cuando baja la marea recuerdan a los de la luna, y su sabor combina sin embargo con el del aceite de oliva, el ajo y la guindilla, que salen de la tierra. Las gambas al ajillo son, pues, una religión en el sentido etimológico del término “religare”, que significa unir, juntar. Las gambas al ajillo, si se sabe escucharlas, le dicen de sí mismas a nuestra razón mucho más de lo que le dicen a nuestro estómago.

La literatura sirve para hablar de una cosa fingiendo que hablas de otra. Una buena gastronomía sirve para fingir que nos alimenta (y de hecho lo hace: nos alimenta) mientras te habla de la vida. Esto es lo más importante: un buen ceviche, por ejemplo, da cuenta de las habilidades que tuvieron que desarrollar nuestros ancestros para que el pecado no se les pudriera. Significa que el argumento es bueno cuando, secretamente, y sin poderlo evitar, nos informa acerca de cómo se construyó.

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