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La necedad

Cuando el dogma y la intransigencia se tiñen de verdad científica y la locura deja lugar a la razón de Estado

En un artículo en LA NUEVA ESPAÑA (el martes, 1 de diciembre), don Javier Junceda titula sus reflexiones “Reconstruir ideologías”. Fundamenta su análisis en la tesis de Fernández de la Mora y de Fukuyama sobre el final de las ideologías, y cita también a otra persona importante de nuestra sociedad, el Papa Francisco, que nos dice: las ideologías “deconstruyen”, son nefastas al coadyuvar poco en el fortalecimiento de las patrias. Como se ve, el Papa Francisco está menos infiltrado por la sociología y por lo tanto habla claramente.

Según De la Mora, el aburguesamiento de la izquierda y la socialización de la derecha harían brotar un pensamiento único y excluyente con el consiguiente declive ideológico. Fukuyama advierte sobre la evolución de las democracias liberales en la perpetua contienda de idearios, como también se ha acabado confirmando.

Junceda nos habla de que las ideas conservadoras, liberales y socialdemócratas no sólo han cedido el testigo a la construcción de países, sino que han sido artífices del mundo que conocemos, articulado en torno a la democracia y a las libertades, y nos habla de que las ideologías resultantes son cada vez más indispensables, si se actualizan y fundamentan.

A mí el artículo me parece que aborda un tema candente, que nos da la oportunidad de otras reflexiones, matizadas durante un largo número de años, sobre el mundo que nos rodea y la práctica profesional de la psiquiatría, que nos hace entrar rápidamente en graves problemas sociales.

No quiero extenderme, pero sí establecer algunas consideraciones sobre acontecimientos que algún día han destruido o han hecho tambalearse nuestra sociedad de bienestar.

Resulta curioso que, en nuestro mundo, de una manera máxima en Occidente, la aparición de un bicho que al parecer se llama coronavirus destruya nuestra confianza social y nos hace dudar de que la ciencia puede ser la solución de todos los problemas, pero entre tanto destruye nuestras economías e introduce nuevos hábitos sociales, impensables hace pocos meses.

A mi juicio, las ideologías cabalgan sobre acontecimientos increíbles: dos guerras mundiales, sustituidas por acontecimientos referidos a guerras más limitadas. La presencia de sistemas totalitarios en numerosos países y de increíbles personajes que todavía nos acompañan: Trump, con su política a través de las ideas transcritas por internet; Bolsonaro, destruyendo el pulmón del planeta; un raro individuo en Corea del Norte; el totalitarismo de trasfondo y la dirección religiosa de Irán.

El asesinato de masas en nuestro siglo no deja de ser una continuación de las matanzas habidas en siglos anteriores. El dogma y la intransigencia se han teñido de verdad científica, la locura ha dejado lugar a la razón de Estado.

Mi criterio sobre la situación se basa en un término muy conocido pero que se practica poco: necedad. Necio, ignorante, que no sabe lo que debía saber; imprudente o falto de razón; terco, confiado en lo que hace y en lo que dice.

Podría pensarse que el mal de nuestro tiempo tiene un móvil fundamental en una conducta que no aparece, al menos en relación con otros males: la necedad.

Si nos situamos frente al mal podemos protestar, dejando al descubierto y provocando que ha creado una sensación de malestar. Ante la necedad, en cambio, ni las protestas ni la fuerza surten este efecto. El necio deja de creer en los hechos e incluso los critica, se siente satisfecho de sí mismo y, si se le critica, pasa al ataque.

No es preciso adentrarse mucho en la historia cuando aparece la idea de que el fin justifica los medios: la solución final decretada por el Tercer Reich fue modelada antes por científicos de la Conferencia de Wannsee. Así, médicos sin veleidades de doctrina se ofrecen para realizar la castración a ritmo de 4.000 individuos al día.

Es increíble que una idea arrastre a todo un pueblo del que consigue una obediencia ciega, una burocracia cerrada sobre sí misma y el poder misterioso de un solo hombre sobre las masas, es decir, la necedad.

Si nos ocupamos de los españoles, la necedad tiene un aspecto singular, generalizado y quizá por nuestra larga trayectoria o mejor especial trayectoria, al margen reciente ha actuado sobre nuestra especial necedad, sobre la que hemos labrado una serie de problemas concretos.

Cada español tiene una idea elaborada sobre su propia persona y piensa que no es intercambiable y esta es apenas inamovible, acentuado por nuestra larga pobreza y la idea de que nada se puede cambiar.

Compartir las ideas con los rasgos de otras personas o grupos es casi imposible porque en la confrontación aparezca una idea nueva que comporte acciones en la misma dirección.

Las posibilidades existen, remotas, pero existen: cuando Bakunin envía a España una de sus personas de confianza, las ideas del anarquismo se extendieron rápidamente, sobre todo situado frente a una población empobrecida, maltratada y hambrienta.

Bakunin, con una imaginativa penetración, fundada en un hondo fervor moral y revolucionario, sin la disciplina de las ideas comunistas. Sus ideas se arraigan en nuestro país que era un caldo de cultivo a prueba para un importante movimiento de masas.

Dice que la organización de la vida industrial moderna convierte a los hombres en esclavos de las empresas y pierden la posibilidad de vivir una vida auténticamente humana.

La libertad sería absoluta y completa, lo cual constituye una necesidad para todo hombre. Bakunin trata de destruir al Estado.

En el nuevo mundo imaginado por Bakunin, la opinión pública será lo suficientemente fuerte para enfrentarse a las infracciones, sin tener que recurrir a ninguna actividad controladora.

Los que acudían a las reuniones se ratificaban en el sentimiento de que ante sus ojos se había abierto repentinamente que se podía abordar la verdad sobre todos los problemas.

En el Congreso Regional de Córdoba de 1872, se llegó a la conclusión de que eran precisos 7.000 delegados que supieran leer y escribir, pero no pudo encontrarse más que una pequeña parte. Estos problemas culturales demuestran la situación del Sur de España en aquella época y que el cambiarla tenía dificultades complejas. Lo restante de esta historia todo el mundo lo conoce y no es cosa de insistir sobre ello.

Parece poder concluirse que la única forma de combatir la necedad no es la capacidad de conseguir avances científicos y sociales sobre los cuales se podría discutir.

Para acabar, detengámonos un momento en la situación actual, en la cual, con el paso del tiempo y las experiencias pasadas, así como los cambios democráticos, la necedad permanece.

En las actuales discusiones políticas se nos dice que, desde que Podemos está en el Gobierno, ETA ha desaparecido y cuando a continuación se discute sobre la sedición solamente los grupos son sediciosos cuando van armados.

Sinceramente, no entiendo nada.

Me consuela que públicamente se dijese a Felipe González que la política en estos tiempos era distinta de la suya.

En una palabra, creo que continuamos siendo una sociedad muy necia.

Y una nota final, ¿por qué en este país ha desaparecido la palabra dimisión?

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