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José Antonio Díaz Lago

Bocados de realidad

Tras la aprobación de los Presupuestos

Resulta más que verosímil suponer que la actual legislatura llegará a su fin, porque si los presupuestos de Montoro dieron para tres años, estos que se aprueban ahora darán para lo mismo, por lo menos. Al tiempo, Europa aportará fondos cuantiosos y, de momento, no se pondrá exigente con las condiciones, así que para quienes están a los mandos, “vayan días y vengan ollas”, que diría Sancho Panza. Poco importa, dada la visceralidad ideológica de la nueva normalidad, que los empleos y sectores productivos se tambaleen, que simultáneamente el déficit esté subiendo, la deuda pública desbocada y el futuro inmediato dependa de la tan hipotética como dudosa recuperación a corto plazo de la pandemia.

Un político español, de raíz asturiana, que conoció largo tiempo el lustre de la moqueta de los edificios ministeriales y que pudo haber sido presidente de gobierno, pero acabó en la cárcel, decía hace poco a un entrevistador impaciente a la búsqueda de las certidumbres de rigor que existen las ideologías, pero que también existe la realidad. Es lo que tiene haberse visto precipitado hasta el fondo y, seguramente, sentirse víctima de la insidia, que ya no hace falta la corrección política y se pueden decir las verdades del barquero, esas que todos sabemos, pero que nos empeñamos en olvidar.

Por si pudiera resultar útil, recordemos algunas cosas que estará bien situar en el ámbito de la realidad. Veamos: lo primero es que la deuda que ahora se contrae habrá que pagarla y solo si se acierta en las políticas que permitan crecer a la economía de forma rápida y ostensible será posible hacerlo sin comprometer el porvenir de las generaciones futuras; lo segundo es que ningún economista solvente a izquierda o derecha discute que la productividad es un valor, es decir que o se trabaja y estudia más que los demás, y en este caso los demás son el mundo global, o el panorama será desolador; lo tercero es que sin la cohesión política y territorial no se darán las condiciones para articular modelos de desarrollo que permitan el crecimiento económico, de modo que cabalgar a lomos de un tigre –los secesionismos ibéricos– pretendiendo que el tigre está domado o se ha vuelto complaciente se revelará como un error fatal de pronóstico imprevisible.

Las consecuencias de olvidar cosas básicas que conocemos serán, cuando menos, económicas; especialmente para aquellos que, como decía Cánovas, no pueden ser otra cosa que españoles. Si las cosas se ponen difíciles no hay mucho que esperar de los colegas de la tribu, porque estos suelen ausentarse cuando se pasan los efectos de los eslóganes, así que solo hay que contar con los allegados más directos, o la familia, mismamente como en la pandemia. De modo que al que le vaya mal en este escenario, se siente, las intenciones eran buenas y la moqueta aísla que da gusto.

Pensando en la situación actual, caracterizada por la emergencia sanitaria, la atonía económica y otras decisiones controvertidas de política general adoptadas por el Gobierno de la Nación sin que este parezca sufrir excesivo menoscabo en sus apoyos, le digo a un amigo gallego, de los de la cáscara amarga: “sarna con gusto no pica”. Él me responde: “creo que mi sarna no es de las peores, aunque acepto que quizá las haya mejores”. No hay quien le gane una discusión a un gallego fino, porque te desarma con un trabalenguas. En esas estamos, a ver cual de las sarnas es mejor. El caso es que las sarnas en España no son físicas, sino más bien psicológicas y emparentan directamente con las certidumbres. Como no tengas certidumbres a prueba de redes sociales y opiniones discordantes enseguida te mandan al psiquiatra, bajo la acusación de que no te conformas con que tu sarna sea mejor que la de los demás y quisieras no tener ninguna.

En estos tiempos de virtualidad y controles digitales crecientes, la realidad es apenas un estorbo que se difumina lentamente y se va sustituyendo por las imágenes y argumentos de las múltiples voces que articulan los magos de la estrategia, esos capaces de convencernos de que la verdad no reside en el recuerdo de lo que sabemos, sino en el olvido deliberado y la entrega incondicional a las consignas que ellos trazan desde los cenáculos del poder. Por eso, no será inoportuno recordar lo que decía el eminente economista von Mises, primero perseguido en Alemania por los nazis como enemigo del Estado, por liberal, y luego estigmatizado en su exilio estadounidense por lo mismo: “la ciudadanía no debe tolerar que se establezca un régimen que se arrogue mayor sabiduría que la del ciudadano común ni que un burócrata se considere a sí mismo mejor y más inteligente que el resto de ciudadanos: esa es la diferencia fundamental entre la libertad y la servidumbre”.

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