El mensaje no deja lugar a la duda: lo importante de la vida es vivir. Parece una perogrullada pero con ella se han creado grandes obras de arte. ¡Qué bello es vivir!, yendo más lejos. Soul no está a su altura pero es un encomiable ejercicio de animación para niños que no los trata como tales. Es animosa, invita a la esperanza, carga las tintas en una emotividad que roza la sensiblería a veces, pero también llama a las cosas por su nombre, aborda la muerte como un paso que nadie puede evitar y se permite algún toque fúnebre que, sin llegar al dardo envenenado de la madre de Bambi, puede herir algunas sensibilidades infantiles. Nada grave. El protagonista se aburre dando clases de música en un instituto, él lo que quiere es ser pianista de jazz. Tocar en clubs junto a los más grandes. Y mira tú por dónde (vas), cuando empieza a conseguirlo sufre un accidente y adiós. Se rebela, no quiere pasar al más allá, y de la mano de un alma confusa y hastiada inicia una aventura entre aquí y allá en la que se pasa del humor al drama existencial con pericia y ocasional brillantez. ¿Sabes de aquel pez que buscaba el océano y cuando llegó a él se encontró con un pez grande y le preguntó dónde estaba el océano y le respondieron que ya estaba en él y él replicó que eso era agua, que lo que él buscaba era el océano? Pues eso: la vida es disfrutar de una rosquilla o una pizza, presenciar el arte de una hoja hermosa que cae, saborear una piruleta. O ayudar a quien duda a encontrar su camino. Técnicamente impresionante, Soul no es un Pixar cinco estrellas, pero es un placer verla. Y escucharla.