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Jorge J. Fernández Sangrador

Año de Dante

La oportuna lectura y revisión de sus obras en el séptimo centenario de la muerte del poeta

Dante.

Cuando, en 1921, Benedicto XV publicó la encíclica “In praeclara summorum”, dedicada a Dante Alighieri en el sexto centenario de la muerte del poeta (Rávena, 13-14 de septiembre de 1321), el Papa se lamentaba ya por entonces de que hubiese fuerzas sociales que intentaran eliminar la religión de la escuela y educar a los jóvenes «como si Dios no existiera».

Lo de querer expulsar a la religión de dondequiera que esté es cosa que, como se ve, viene de antiguo. Y en aquellos tiempos no se hablaba de “deconstruccionismo”, pero esa era precisamente la noción que el Papa tenía en la cabeza cuando deploraba el que se explicase la “Divina Comedia” despojándola de su significado teológico.

Los últimos Papas han sido mucho de Dante. También el actual, que ha anunciado que, en este año, en el que se conmemora el séptimo centenario de la muerte del Sumo Poeta, publicará algunas consideraciones acerca de su figura. Pío XI tenía la “Divina Comedia” sobre la mesa de estudio siempre. Cuando era director de la Biblioteca Ambrosiana de Milán, la leía en los ratos de descanso. Y León XIII, buen conocedor de Dante, quiso, días antes de su muerte, según el testimonio de uno de sus colaboradores, tenerla junto a sí, para seguir nutriéndose, como había hecho desde su ya lejana juventud, del néctar celestial de los cantos.

«Los más dotados, que no solo tengan en la mano día y noche un ejemplar de la ‘Divina Comedia’, sublime obra maestra, sino que profundicen también en todo cuanto hay en ella de inexplorado y de oscuro. Procuren leerla todos íntegramente, sin precipitación ni de prisa, sino con mente penetrante y reflexión atenta», pedía Pablo VI en la Carta apostólica “Altissimi cantus”, publicada el 7 de diciembre de 1965, víspera de la clausura solemne del Concilio Vaticano II.

En una conversación con el pensador Jean Guitton, el Papa Montini le manifestó: «Dante me ha estado presente continuamente durante todo el Concilio. El final del Concilio coincidía con el séptimo centenario de su nacimiento en Florencia. Y al terminar la cuarta sesión, hice enviar a los obispos, a los observadores y a los auditores un ejemplar impreso exclusivamente para ellos, ligero y de bolsillo, ilustrado con alguna miniatura tomada de un códice del siglo XV conservado en el Vaticano, como un recuerdo del Concilio y un breviario de poesía. Incluso me arriesgué a componer para esa edición una dedicatoria en latín lapidario, intentando trasladar lo que podía aportar Dante a nuestro ideal ecuménico».

Y de todos los Papas del siglo XX se podría decir algo respecto a su relación con Dante. Existe un libro, publicado en 2018, en el que la autora, Valentina Merla, ha recogido y comentado las referencias dantescas por parte de los pontífices reinantes entre el final del siglo XIX y el inicio del XXI. Se titula “Papi che leggono Dante”. De los más recientes, Benedicto XVI será el que haya que estudiar con particular atención.

De modo que, en este Año Santo Compostelano, en el que se conmemora el séptimo centenario de la muerte de Dante Alighieri, habrá que leer detenidamente sus obras, pero, antes que ninguna otra, la “Divina Comedia”, con la que podremos realizar la más reparadora y salutífera de las peregrinaciones, la que discurre por dentro de cada cual, la del camino interior que conduce de la coacervación a lo esencial, la dispersión a la unidad, la fragmentación a la integridad, el engaño a la verdad, la tristeza al gozo, la desesperación a la esperanza, las tinieblas a la luz, el pecado a la gracia, el abismo a las alturas, el infierno al paraíso.

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