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La fraternidad universal y los nuevos totalitarismos

A propósito de la encíclica papal “Fratelli tutti”

El cuatro de octubre de 2020 se publicó la encíclica “Fratelli tutti” en la que el Papa Francisco analiza el fenómeno de la emigración, la fraternidad universal, los modelos económicos y otros temas de gran actualidad. La compré para estudiarla, pero cuando me enteré que Pedro Sánchez y la Liga Masónica Española habían felicitado al Papa, aun me despertó más interés.

Según algunos líderes de opinión, la razón por la que este grupo masónico felicitó al Papa fue porque en su escrito se refiere con frecuencia a la fraternidad universal; uno de los pilares de la masonería. Para comprobarlo consulté el libro Yo fui masón, del converso Maurice Caillet. En la pagina 24, el autor describe como se inició en el grado de Aprendiz: «...se comprometerá a respetar a sus hermanos, a los que defenderá incluso arriesgando su vida». La fraternidad masónica es de carácter interno: va dirigida a los hermanos masones.

Sin embargo, la fraternidad de la que habla el Papa va dirigida a la Humanidad, porque se basa en que todas las personas hemos sido creadas a imagen y semejanza de Dios (punto 6 de la encíclica). Además, San Francisco - maestro de espiritualidad del Papa- tuvo, al igual que otros santos, una profunda vivencia de la filiación divina. San Pablo en la carta a lo gálatas se refiere a ella del siguiente modo: « Pues todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús..., ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer... » (Gal 3, 26). Esta fraternidad - hijos adoptivos de un mismo Padre por medio de Cristo - es tan sólida (punto 272) que constituye uno de los pilares de la antropología cristiana, fue el catalizador de una nueva cultura: la Cristiandad ( Europa) e influyó decisivamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 ( Jacques Maritain).

El Papa insiste en que la búsqueda del bien común y el progreso de los pueblos tiene que ir de la mano con el respecto a la dignidad del hombre. En relación con el progreso he observando que hay una serie de personas que suelen autocalificarse de “progresistas”. Para saber en qué consiste ser “progresista” he analizado el comportamiento de los que así se autoproclaman y me he dado cuenta que hay un denominador común en todos ellos y es, aparte del sentido sociopolítico de origen, su peculiar manera de valorar los dilemas éticos que surgen en relación con el inicio y el final de la vida. Para ellos, el ser concebido en el seno materno es un ser vivo, pero no humano (exministra Aido). Justifican la eutanasia, y los viejos son valorados, al menos por una edil canaria que pertenece a uno de los partidos más progresistas de España, de la siguiente manera:« ¿Qué preferimos? ¿ Media docena de ancianos inútiles muertos o toda la economía de un país absolutamente destrozada (de nuevo) ?

Gustavo Bueno, a sus 90 años, solía decir a los que participaban en las conferencias que él organizaba: « Lo que digáis de este tema va a depender de la idea que tengáis de lo qué es el hombre -–la persona humana–». Efectivamente, si lo que podemos conocer solo es posible hacerlo a través de lo que nos llega por los órganos de los sentidos y somos incapaces de llegar a saber lo que la realidad y el hombre es en sí, según creen las corrientes filosóficas inmanentitas como por ejemplo el empirismo, resultaría que en la medida que una persona pierde la capacidad de sentir o de pensar, seguiría siendo ser humano, pero no una persona. En consecuencia se convierte en un ser más desechable. Así piensan los profesores utilitaristas británicos P. Singer y Saluvescu. Es lo que el Papa llama cultura del descarte. Es evidente que esta mentalidad contribuye más a una eliminación de determinadas personas que a un progreso de la Humanidad (punto 18).

Me he interesado en analizar cómo responde el Papa a la pregunta quién es el hombre. En la encíclica no aparece la definición, pero sí muchas alusiones a su dignidad. Por ejemplo en el punto 273 dice: «La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar...». Ya sentenció Kant que el hombre no tiene precio sino dignidad, y por ello no puede ser utilizado como un medio. Y en el punto 275, el Papa indica por qué se ha ido diluyendo el concepto de dignidad: « ... entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos...». Por eso podríamos concluir diciendo que una sociedad descristianizada es una sociedad incapacitada para hacer frente a los totalitarismos.

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