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Tino Pertierra

Cine en salas

Tino Pertierra

La bestia sobre el asfalto

Un iracundo Russell Crowe se convierte en un psicópata al volante en un thriller que amaga con ir en serio y termina en una previsible traca violenta

Te puede pasar a ti. Vas en coche con los nervios de punta. Llegas tarde. Hay atascos que ralentizan o paralizan. Llevas a tu hijo detrás y el reloj está fuera de control. Un semáforo se pone en verde para los vehículos y el coche-tanque que tienes delante no se mueve. Eh, espabila, que llego tarde. Nada. Inmóvil. Venga, venga. Y le sueltas un bocinazo. Nada. Otro. Por fin, el coche se mueve. Lo que no sabes es que dentro hay un psicópata que (la primera y brutal secuencia nos lo dejó claro) resuelve sus problemas a sangre y fuego. Un salvaje que quizá hubiera seguido su camino si la conductora que le ha apremiado aceptara pedirle disculpas por la forma rabiosa de hacerlo. Pero no lo hace y un simple encontronazo de tráfico se convierte en una lucha por la supervivencia: la de una madre contra un asesino que afronta “un mal día”. Y no tiene piedad.

Amaga Salvaje con seguir la estela de aquella tramposa pero eficaz Un día de furia para poner sobre el tapete las miserias de la sociedad anónima sumida en un caos de odios irracionales, racismo a ultranza y todo tipo de desencuentros frontales entre urbanitas transformados en urbanícolas. De inflamable actualidad, vistos los desmanes brutales del trumpismo asaltacapitolios.

Aquella película de Joel Schumacher era de 1993, y ya ven lo poco que hemos aprendido. Pero Salvaje abandona pronto esa vía de denuncia/exposición y toma el atajo del suspense rancio a toda velocidad. Inevitable recordar el clásico de Steven Spielberg El diablo sobre ruedas: el viajero acorralado por un gigantesco y demoníaco camión. Nunca veíamos la cara del conductor asesino. En Salvaje sí, y es su gran baza comercial: Russell Crowe pone en marcha su imponente presencia (lejos queda su musculosa apariencia como gladiador) para desplegar un arsenal de miradas depredadoras dirigidas contra la desdichada Caren Pistorius, bastante convincente a pesar del personaje esquemático que le han endilgado.

Por desgracia, ese cruce entre bisturí que hurga en las heridas de una sociedad enferma capaz de convertir un desencuentro de tráfico en una colisión de des(a)tinos y el andamiaje convencional de un suspense teñido de violencia (lo mortífero que puede ser un cuchillo romo) derrapa demasiado pronto. La historia se llena de socavones que minan su credibilidad y el desenlace se resuelve a las bravas y de forma decepcionante, convertido el personaje del conductor enloquecido en un estereotipo dibujado sin matices y que solo se sostiene en pie por los acelerones de Crowe, un buen actor que debería elegir mejor sus trabajos para no quedar reducido a ser una vieja gloria anclada en productos de tercera fila.

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