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José María Ruilópez

Un selfi en el Capitolio

Es que no entendéis nada. Toda esa marabunta de gente que asaltó el Capitolio de los Estados Unidos el día seis de enero sólo quería hacerse una foto en la “casa de todos”. El mismo Trump es un selfi de sí mismo. Lleva cuatro años haciéndose fotos en diferentes poses, eso sí, siempre con la corbata roja y el abrigo sin abotonar. Y ahora la gente se escandaliza porque sus seguidores, o lo que sean, quieren hacerse la foto también. Y es que los teléfonos actuales van cargados con dinamita. Cuántos se murieron por fotografiarse ante un risco, bajo un glaciar, frente a un toro, al lado de un avestruz. Todos salieron mal parados, porque las cosas y los animales no entienden de esta posteridad tonta de cada tarde aburrida de los humanos.

Todos estos humanos, tal vez habría que llamarles humanoides, porque se portaban como robots empujados por una especie de bárbaro con flequillo que exhibe una señora que está de muy buen ver (iba a poner otra expresión muy de nosotros, los varones, pero con estas cosas de ahora me limito, y no suelo, ni debiera, pero será la última, el lector se merece todo), maneja las redes sociales con un equipo de enflequillados desde donde incitan y provocan. Estoy seguro de que el día que abandone la Casa Blanca van a encontrar peluquerías por todas las dependencias donde están los cuadros de altos dignatarios anteriores, empezando por George Washington, pasando por Abraham Lincoln y Barack Obama y el último el peluquero de palacio.

Tengo la impresión de que los invasores del Capitolio son seres de otra galaxia disfrazados de fantoche, aunque me extraña, porque esta denominación me parece muy propia de los terrestres, y que tal vez esta peña de energúmenos no la conozcan, y llegaron así porque no descubrieron los espejos y carecen de duchas, y nunca han visto un pupitre y muchos menos una tiza. Algo, en apariencia, tan sencillo como un poco de arcilla blanca con la que cerebros privilegiados y de alto valor intelectual han garabateado fórmulas matemáticas magistrales o textos únicos sobre un encerado.

Lo malo de estos reportajes repentinos, o no tanto, porque ya se veía venir, era un día clave para la confirmación del nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, es que ya se salda con cuatro víctimas mortales y un montón de heridos. Además de la mayoría de aquellos que han posado para la foto indebida y que tendrán que hacer presencia en los juzgados donde les harán una foto de frente, otra de perfil y les colgarán un babero con un número y la fecha, porque no hay peor cosa que encontrar en casa una foto antigua sin fecha. No lo soporto. Hay un algo que te empuja a situar en el tiempo la imagen de alguien que tiene tu mismo ADN. Y para eso la policía es muy cuidadosa, fecha las instantáneas para que los descendientes dentro de un montón de años no tengan que preguntar: “¿En aquella foto cuantos años tendría el abuelito?” Cuando el abuelito en cuestión, o había sido víctima de una injusticia socio política, o era un pájaro de cuidado. Pero lo malo es que en estas poses policiales aunque seas inocente la cara ya te delata como culpable. No le demos vueltas. En una foto policial no sales con una expresión fresca de boda ni de celebración de cumpleaños. Sólo Pablo Escobar, el traficante de drogas, salía riendo porque sabía que la cárcel para él era como unas vacaciones pagadas por el estado, y esa foto daría la vuelta al mundo en todos los periódicos y “la familia” sabría dónde se encontraba y estaría orgullosa del “padrino”.

Pero en el caso que nos ocupa resulta que los trampistas, o tramposos, querían hacer una foto a la democracia, sin saber que no es un ente físico, sino un sistema político que se fundamenta en la soberanía popular. Algo que Donald Trump no conoce porque él sigue anclado en el fotomatón. Cuando el profesional escondía la cabeza bajo un paño de una máquina de madera sobre un trípode después de aconsejar que nadie se moviera. Siempre pensé que estos fotógrafos metían la cabeza allí para reírse de la cara tan tonta que ponía la gente esperando al pajarito inexistente. En eso hay que reconocer la malicia del “rocín” para engañar a miles de ciudadanos prometiéndoles un pajarillo, cuando al final lo que se encontró fue una paloma blanca sobre el hombro de Joe Biden.

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