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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Callas solo necesita amor

El Palacio Valdés se abre de par en par para el primer estreno del año: lo último de Boadella

Maria Callas (María Rey-Joly) aparece tendida en una “chaise longue” antigua, suena ella misma en un tocadiscos. Se incorpora. Está en bata. Levanta la aguja del aparato de música y tira el disco al suelo. Y no se rompe. No es tan fácil desquebrajar la música. De eso se da cuenta la cantante: encerrada en su habitación de hotel de París, esperando que la ruina del alma coincida con la ruina del arte, y las dos, con la ruina bancaria. Ahí, en ese puro declive, es donde apresa Albert Boadella a la “Divina”: ya no es la que era y solo le espera el final. Sin Onassis, sin los aplausos, sin el amor, sin los abrazos.

“Diva”, el último espectáculo de Boadella, es una tragedia que acongoja tanto como emociona. Mezcla fragmentos musicales de toda laya (jazz y, claro, “bel canto”) con una vida en crisis unos días antes de que la cantante volviera a la escena, ensayando, bebiendo, drogándose, recordando ese amor-pasión con el coleccionista de barcos y de mujeres célebres. “Diva” es un espectáculo que se estrenó antes de anoche en el teatro Palacio Valdés en el larguero de las nuevas medidas sanitarias (se presume que hoy mismo saldrán las nuevas), pero el odeón avilesino se llenó todo lo que las autoridades sanitarias lo permitieron.

El miedo de “Ira” (treinta y cinco personas en un estreno nacional, algo que solo se veía en el Palacio Valdés de los primeros años noventa) parece que se ha disipado. La cultura no hace daño. Y es tan seductora como este último espectáculo, que es de uno de los grandes del teatro nacional.

La tragedia la componen dos actores-músicos que forman parte de la “troupe” de Boadella (la vieja se llamaba “Els Joglars”, pero se la pasó a Ramón Fontseré). Los dos estuvieron en “El pimiento Verdi”, en 2013, y, en 2019, en “¿Y si nos enamoramos de Scarpia?”. El primero fue un juguete dramático en el que se finge una lucha entre el poderío de Verdi y el de Wagner. En el segundo, el director montó una comedia musical con la misma excusa dramática (un ensayo) en el que salía Boadella defendiendo a Plácido Domingo (entonces le acusaron de dar ventajas laborales a sus cantantes a cambio de favores sexuales). En “Diva” pasa de la sátira y del juego y crea una tragedia conmovedora: la mujer que podía tenerlo todo se pierde porque no tiene quien la quiera, porque los que la quieren la venden o la engañan... María Rey-Joly canta y llora y grita y su maestro repetidor, Ferruccio, al que da vida Comas, que también es un Onassis gañán, como un constructor de una ciudad de provincias, solo lamenta. Y el intercambio de desprecios congela el cuerpo de los espectadores. Se levantó la platea sin poder parar de aplaudir un espectáculo de los buenos, de esos que hacen que volver al teatro merezca de nuevo la pena. Que Boadella piense lo que piense, que diga lo que quiera, pero que no deje de hacer espectáculos como el que se vio antes de anoche en Avilés por primera vez. Ciudad de estrenos.

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