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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Brecha familiar y enseñanza

La motivación y el esfuerzo en la educación

A finales del mes pasado LA NUEVA ESPAÑA publicaba un estudio editado por la Fundación Alternativas, de la órbita del PSOE, donde se daba a luz una evidencia: que el nivel socioeconómico de las familias influye en los resultados escolares de los hijos. Y una escandalosa novedad: que en Asturies es donde ese punto de partida, el estatus económico, tiene una mayor traducción en las notas de los hijos.

La enseñanza, y especialmente la enseñanza generalizada, como se da en la mayoría de los países avanzados, tiene varias finalidades, una de ellas es facilitar la promoción social, de modo que nadie quede condenado, como si perteneciese a una casta, a mantenerse en el mismo nicho que sus padres; por entendernos, que el hijo de un peón pueda llegar a especialista o ingeniero, con las consecuencias económicas y sociales que ello conlleva. Ahora bien, para que ese camino se realice no basta solo con que la escuela esté a disposición de todos y sea gratuita, es necesario que cada individuo quiera andarlo y se esfuerce en ello.

Ese objetivo fundamental se obvia actualmente o queda preterido por varias razones, algunas de las cuales tienen que ver con un cierto discurso pedagógico-buenista, que se refuerza porque muchos de sus teorizadores, y, desde luego, los políticos que lo propugnan, no han pisado nunca la realidad de una clase. En virtud de esa doctrina, se prima el que el alumno no se frustre y el que se le haga amena la estancia en las aulas; los obstáculos se le allanan; el esfuerzo no se estimula. Y, claro, así es lo más probable que, al final, los alumnos terminen el camino con las mismas diferencias de equipamiento con que partieron, y que, para unos, sea más fácil replicar el estatus de bienestar inicial, y, para otros, más difícil salir de aquel inferior de que partieron.

Brecha familiar y enseñanza

Brecha familiar y enseñanza

Con motivo de la pandemia y las clases por internet, se habla mucho de la “brecha digital”, pero nada de la “brecha familiar”, entre otras cosas porque es esta una realidad molesta que, además, no se quiere reconocer ni afrontar. Quien sepa algo de lo que está pasando hoy en la enseñanza (en que, por cierto, la desmotivación alcanza notablemente tanto a docentes como a discentes) conoce de sobra que los alumnos que tienen una familia que puede acompañar al escolín, animarlo, exhortarlo, “controlarlo”, mantienen un nivel aceptable o alto de aprendizaje; mientras que los que no (y no se trata estrictamente del nivel socioeconómico, hay también factores de educación, de preocupación por los hijos, de cultura, etcétera) tienen un menor rendimiento, remolonean o, simplemente, desertan o casi desertan.

La enseñanza no presencial, o presencial a turnos, por supuesto, no ayuda a superar el problema de la desatención o del menor rendimiento, no solo porque el profesor puede suplir el estímulo que no es capaz de dar la familia o no quiere, sino porque los mismos compañeros en el aula son un acicate para quienes tienen menos disposición personal o escasos incentivos familiares.

En “El árbol de la ciencia” cuenta un personaje que hay un santo en el cielo, San Pascual Bailón, que baila delante del Altísimo diciendo siempre: “Más, más, más”. Si uno tiene suerte, le da más; si desgracias, también más.

Acaso haya sido San Pascual Bailón quien ha inspirado la orientación real de la enseñanza hoy.

Y en Asturies, a juzgar por los hechos, ha redoblado su patronato. Los asturianos, siempre en la vanguardia.

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