Luchar contra una plaga de la naturaleza del covid entraña muchas complicaciones, pero hay formas menos erráticas de hacerlo que las de los gobernantes españoles. Casi un año después de declarada la guerra, el Principado acaba de diseñar una estrategia propia para ganarla. Una batería recién estrenada de medidas singulares, basada en un modelo matemático de análisis de los indicadores de contagio, intenta consolidar un método objetivo y previsible de interpretar las alarmas con el fin de anticiparse y frenarlas. Quizá tenga efectividad –demasiado pronto para saberlo–, aunque de mano ha conseguido confundir a una ciudadanía cansada, emocionalmente rota y empobrecida. Y ha convertido de paso el cierre de los concejos en una suerte de bingo: hoy no salió tu número, mañana puede que sí.

Sabíamos que las Navidades iban a costar caras. Todos dábamos por sentado el repunte de casos, por mucha prudencia y sentido común que cada cual pusiera durante los contactos familiares, porque el virus viaja con las personas, no está en estos o aquellos lugares, en bares o discotecas, en tiendas o vestuarios. Una cosa es preverlo y otra sufrirlo cruelmente como lo padece ahora España. Las celebraciones unificaron a todas las regiones en una onda ascendente que hasta diciembre había oscilado de manera desigual. Asturias, que ha hecho en esta batalla cosas mal, aunque otras muy bien, la acomete en una posición óptima: con una campaña de vacunación modélica respecto al resto de comunidades y un número de contagios muy inferior a la media. O sea, con margen de maniobra antes del colapso.

Contra la pandemia no hay fórmulas magistrales. Maneras de encararla existen tantas como países, y quizás ahí resida parte del problema en un mundo global para muchas cosas salvo para atajar una emergencia sanitaria. Sí existe un denominador común para el éxito: definir una estrategia entendible y ejecutarla a rajatabla. Ni lo uno ni lo otro vimos aquí por la vía del mando centralizado o la cogobernanza, un vocablo tan bastardo como los intereses que esconde. Miles de páginas de boletines con decretos llenan las estanterías. Esa exacerbada producción normativa sirve de poco si nadie la cumple.

La puesta en escena de la última aportación del Principado a ese torrente legislador, el cierre selectivo, ha sido desconcertante. Desde el inicio. Unas medidas complejas, que sus progenitores concibieron como estrella, las presentó una consejera ajena al ramo que desconocía sus detalles. Las intentó aclarar después el titular de la materia, sin preguntas para despejar dudas y con escasa precisión. Apenas logró corregir una posterior nota de su departamento. Los criterios elegidos para confinar territorios fueron rectificados un día antes de aplicarse. Las fórmulas matemáticas para automatizarlos ofrecen conclusiones controvertidas porque parten de datos desajustados, al menos desde el punto de vista cronológico, que impiden valorar con precisión los riesgos. En resumen, ni los catedráticos de Estadística entienden su intríngulis y viajar hoy por Asturias requiere de un manual de instrucciones.

La premura del Gobierno regional para alzar la guardia y embridar la situación antes de que se desmande resulta comprensible. Apurando la argumentación, hasta loable a tenor de la magnitud de la amenaza. Lo que sí merece una severísima crítica es que no actúe con idéntica prisa a la hora de compensar a quien damnifica con sus restricciones. Por cooperar en la erradicación del coronavirus y adaptarse a las exigencias los ciudadanos van a realizar nuevos sacrificios. Unos exponen su empleo, otros bajan la persiana del negocio. Quizá ya no puedan subirla nunca. De las anteriores acometidas a esta, al menos el pequeño comercio queda a resguardo de unas prohibiciones que inmolan a los hosteleros y al sector turístico. El Presupuesto aprobado iba a estar disponible, dijeron, el primer día de enero. Los partidos todavía discuten cómo ejecutar el fondo de rescate de cien millones que incluye. Aún pasarán semanas hasta ponerlo en claro. Las familias privadas contra su voluntad de trabajar e ingresar necesitan comer a diario.

Detener la pandemia no es un problema de los políticos sino de todos. El arma para cortar la expansión de las infecciones la lleva consigo cada persona, su comportamiento responsable. Los trabajadores, los empresarios, los profesionales, a pesar del malestar y la tensión de tantos meses extenuantes, han dejado patente su voluntad de cooperar en favor del bienestar general. Volverán a sacar fuerzas de flaqueza para navegar la ola gigante. Al Principado le corresponde demostrar la suya paliando un daño evitable, miles de ruinas personales, y pasando de las musas de ese BOPA que tantas palabras baldías aguanta a la realidad de los hechos con diligencia y justicia en la distribución de ayudas suficientes. Sin la ejemplaridad de proceder a la altura de las circunstancias, dando largas un día más a las demandas, sembrará vientos. Un radical escepticismo, una indisimulada rabia, un ansia de rebeldía. Nada bueno.