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Crítica/ Música clásica

Pires, la dama del piano

La intérprete lusa encandila al Auditorio con su inmenso talento enfrentando un programa muy atractivo y complejo  

Maria João Pires es una de las leyendas vivas del piano. Junto a sus contemporáneos Daniel Barenboim y Martha Argerich, todos ellos asiduos a las programaciones ovetenses, han marcado una de las etapas doradas de este instrumento. Sin embargo, el recital de “la Pires” en solitario, se resistía en la capital del Principado, hasta que, la tarde-noche del pasado sábado, la luz se apagó y… se hizo la música.

La “Sonata para piano en La mayor” (de F. Schubert), abría el programa. Durante sus tres movimientos se percibió el equilibrio de quien domina la obra y, aun así, se permite algún giro personal, fruto del más profundo de los respetos por el repertorio. Haciendo gala de una pulsación muy pulcra y de un sonido extremadamente cuidado, Pires ejecutó las agilidades con una facilidad pasmosa, al mismo tiempo que, en el Andante, hizo cantar al piano, desplegando un gran lirismo potenciado por una articulación exquisita.

Para la “Suite bergamasque” dibujó una atmósfera muy plástica gracias a la paleta cromática que sacó del “steinway” y a un manejo muy hábil de las texturas. El “Menuet”, sugerente en cada nota, fue una elegante explosión de color, y el célebre “Claire de lune”, muy diáfano, evidenció un fraseo brillante, con unos pianissimos inverosímiles y etéreos que dejaron momentos de una belleza extraordinaria. En el último número (“Passepied”), Pires parecía flotar sobre las teclas del piano, con algún ligero rubato en los que el tiempo parecía detenerse.

La “Sonata para piano nº 32, op. 11” de Beethoven cerraba el recital. Es una de las últimas obras que el genio de Bonn escribió para el piano y en la que se percibe de forma indeleble la huella beethoveniana. Sublime primer movimiento ejecutado con una naturalidad y fluidez soberbias, jugando con el carácter temperamental en lo que suponía otro universo completamente diferente al evocado en las dos obras anteriores. En su segundo movimiento (“Arietta. Adagio molto semplice e cantábile”), controló la intensidad del sonido para redondear una interpretación llena de volumen. La sección central, apoteósica, estuvo muy matizada. En ella, la artista lisboeta lució su depurada técnica ante pasajes virtuosos, de pulsación incesante, mostrando un gusto exquisito y lleno de sutilezas.

El segundo movimiento de la sonata “Patética” de Beethoven con que obsequió a los asistentes a modo de propina, se fue consumiendo bajo sus dedos de forma sincera y magistral, y supuso el broche de oro a un recital en el que el público ovetense se sintió con en sus mejores noches: en pie y aplaudiendo a una de las referencias históricas del piano.

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