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JC Herrero

Causa y bolso de la señora Cifuentes

Analogía de un ridículo vitae

La Dama de la Justicia puede o no llevar venda, lo que es imprescindible es llevar bolso, facultad graciable que sus señorías admiten para consuelo de quienes tarde o temprano compareceremos ante un tribunal, nadie está libre, y el bolso en caso de agobio neuronal es como un hueco donde evadirse.

Las vistas, aunque a la Justicia se le exija ceguera objetiva, son refugio de presuntos pecadores, incluidos los testigos que acudimos jurando o prometiendo con riesgo de ser imputados por el mero hecho de colaborar.

Se juzga aquí el otorgamiento de un título de máster, título propio de la universidad correspondiente sin que, aparentemente, la ilustre alumna haya aparecido por clase, estando desgraciadamente ausente el promotor del evento y sobredimensionados los lapsus –de sustitución más que linguae– de actas de calificación de una docena de asignaturas y un tribunal fantasma, evaluador del trabajo fin de máster, nudo gordiano de la causa.

Pero debemos respetar plazos sub judice, agradeciendo la generosa exhibición vox populi del juicio, en donde la persona juzgada no ceja, mientras observa en el banquillo las testificales, de buscar en el bolso de mano robando protagonismo a los declarantes, quiera o no las cámaras retienen la jugada, como el VAR en el fútbol. Siendo graciable el bolso, su acompañamiento en la sala provee clínex, chuches de ensalivar o cuaderno de campo con el que tomar notas. Durante el juicio hay una verdadera motivación de abrir el bolso deseando encontrar algo, más aún, de introducirse en él si hubiera suficiente volumen.

La objetividad de la justicia, incluida la pena del telediario a la que nos apuntamos los comentadores, debe trasladarse más allá de las vistas y autos, al fin y al cabo el delito está en engordar un currículo que te traiciona, no haces daño a nadie pero estás en el disparadero por ser vos quien sois. Si, además, compareces con el antecedente de despistar unas cremas en el supermercado, esa misma chistera –el bolso– requiere de manos diestras, un mago que saque algún conejo de la suerte, la que ya está echada –alea iacta est–.

La ventaja de hacer públicos los juicios, además de asistir a una clase de Derecho Procesal, es la empatía hacia los encausados, no su escarmiento, sean simples ciudadanos o expresidentas, pues detrás hay una familia que sufre. No se explica por qué una persona tan principal hurta dos botes de unte facial, eleva su currículo a ridículo vitae y se complica la vida colgando un vídeo exhibiendo la firma, presuntamente falsificada, del nudo gordiano del que no libra ni el mago Houdini, salvo que tuviera un bolso de mano con el que volatilizarse.

Dado que el máster lo era en Derecho, nos quedamos, por analogía, con la lección magistral-documental que el ministerio fiscal hizo del caso, una auténtica garantía de que el interés público ha sido defendido con matrícula de honor, la única nota clara de los estudios ad personam de la expresidenta.

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