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Millas

El trasluz

Juan José Millás

Tailandia

Hubo un tiempo en el que el futuro era un lugar al que nos dirigíamos como el que va a Sevilla para visitar la Giralda. Cada uno conocía el porqué de su viaje, excepto los que solo iban porque podían hacerlo. Para la clase media, que no siempre podía, el futuro era un espacio físico que daba sentido a la existencia. Estaba el que sería fontanero, el que juez, el que se ganaría la vida de contable, etcétera. Estaba el que se casaría, el que se quedaría soltero, el que tendría hijos, el que volcaría su afecto en los sobrinos… Estaba el poeta maldito, la oveja negra de la familia, el escritor triunfante o fracasado, el timador, el aventurero, el que tenía un olfato especial para las inversiones catastróficas. Había un menú del que cada uno (o cada una: déficits del genérico) escogía un plato de acuerdo con sus posibilidades mentales, aunque económicas también. Lo económico determinaba con frecuencia lo mental, todavía lo determina, y de qué modo, pero esa es otra historia.

Lo que caracteriza a nuestra época es la desaparición del futuro, la desaparición de Sevilla, por no abandonar la analogía anterior. En los concursos de la tele, cuando a los participantes se les pregunta qué harán con el dinero que se disponen a ganar, la mayoría dice que viajar. Viajar constituye una aspiración común a todo aquel (o aquella) que sueña con hacerse millonario (o millonaria). Viajar lejos, se entiende, no a Cuenca o a Valladolid o a Zamora, no a Burgos o a Bilbao, que están a tiro de piedra. La gente habla de viajar a Australia o a países asiáticos, remotos en todos los sentidos del término. Si el presentador del concurso intenta averiguar por qué allí, el concursante sonríe tímidamente como cogido en falta. La verdad es que, conscientemente al menos, ignora qué rayos se le ha perdido en las Maldivas o en Tailandia

Le he dado muchas vueltas al asunto y creo que lo que se nos ha perdido en aquellos lugares supuestamente exóticos es el futuro. Si uno pudiera llevar una vida normal, es decir, trabajar, casarse y tener hijos con los que pasar la tarde del sábado en el zoo, viajaría más a Cuenca, a Valladolid o a Sevilla que al Vietnam. Es lo que pienso ahora, pero no sé. A mí me gusta mucho Oviedo.

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