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Luis M Alonso

Sol y sombra

Luis M. Alonso

El aliado ultra

Quienes deseen ver un uso exacerbado de la política al servicio exclusivamente estratégico de un partido, tienen el claro ejemplo de Vox. No basta con mirar solo a la izquierda y a la Moncloa. En el tejemaneje interesado de la ultraderecha nacionalista española confluyen, además, conveniencias tan confusas que convierten a Abascal y a sus partidarios en aliados -no voy a decir involuntarios o inesperados porque los hechos se han repetido con demasiada frecuencia- de Pedro Sánchez. Volvió a suceder el jueves de esta semana en el Congreso cuando Vox, con su abstención, decidió otorgarle al presidente del Gobierno el control absoluto de los fondos europeos para la recuperación, un instrumento que mucho me temo resultará ineficazmente clientelar en sus manos.

En este caso como en otros conviene aplicarse a los hechos. No solo la UE tendrá que estar a partir de ahora pendiente de la utilización de las ayudas destinadas a España para fiscalizarlas como debido; los electores de la derecha, a la hora de revalidar su confianza en las urnas, deberán estar atentos de cuál es la rentabilidad que se extrae de sus votos. Apoyar, absteniéndose, un decreto de estas características no facilita como sostiene Vox que el dinero redunde en beneficio de las empresas y de los ciudadanos, únicamente allana el sectarismo para repartirlo, que es con toda seguridad lo que pretende Sánchez.

Los socialistas franceses jamás dejaron de arrepentirse del flirteo táctico mantenido en la etapa de Mitterrand con el lepenismo para engordarlo restándole votos a los gaullistas y poder fragmentar así a la derecha. Ello, en gran medida, trajo consigo la irreparable hasta el momento ascensión del nacionalismo ultra en Francia. El ansia irrefrenable de los separatistas periféricos y la coartada frentista que ofrecen al nacionalismo español de Vox, unidos a las urgencias tácticas de poder de este Gobierno, representan una conjunción de las peores expectativas para este país. Las más dañinas.

Quienes deseen ver un uso exacerbado de la política al servicio exclusivamente estratégico de un partido, tienen el claro ejemplo de Vox. No basta con mirar solo a la izquierda y a la Moncloa. En el tejemaneje interesado de la ultraderecha nacionalista española confluyen, además, conveniencias tan confusas que convierten a Abascal y a sus partidarios en aliados -no voy a decir involuntarios o inesperados porque los hechos se han repetido con demasiada frecuencia- de Pedro Sánchez. Volvió a suceder el jueves de esta semana en el Congreso cuando Vox, con su abstención, decidió otorgarle al presidente del Gobierno el control absoluto de los fondos europeos para la recuperación, un instrumento que mucho me temo resultará ineficazmente clientelar en sus manos.

En este caso como en otros conviene aplicarse a los hechos. No solo la UE tendrá que estar a partir de ahora pendiente de la utilización de las ayudas destinadas a España para fiscalizarlas como debido; los electores de la derecha, a la hora de revalidar su confianza en las urnas, deberán estar atentos de cuál es la rentabilidad que se extrae de sus votos. Apoyar, absteniéndose, un decreto de estas características no facilita como sostiene Vox que el dinero redunde en beneficio de las empresas y de los ciudadanos, únicamente allana el sectarismo para repartirlo, que es con toda seguridad lo que pretende Sánchez.

Los socialistas franceses jamás dejaron de arrepentirse del flirteo táctico mantenido en la etapa de Mitterrand con el lepenismo para engordarlo restándole votos a los gaullistas y poder fragmentar así a la derecha. Ello, en gran medida, trajo consigo la irreparable hasta el momento ascensión del nacionalismo ultra en Francia. El ansia irrefrenable de los separatistas periféricos y la coartada frentista que ofrecen al nacionalismo español de Vox, unidos a las urgencias tácticas de poder de este Gobierno, representan una conjunción de las peores expectativas para este país. Las más dañinas.

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