“Trabajar para salvar vidas humanas es un privilegio”. Son palabras de Lucía Rodríguez, enfermera en la UCI del Hospital Central de Asturias, donde se libra cara a cara y día a día, en jornadas de trabajo interminables y extenuantes, la batalla crucial contra el covid. Un privilegio pero también una enorme responsabilidad que no puede sujetar la espalda de unos pocos. La pandemia es una guerra que va a medir, en el futuro, nuestro valor como sociedad. Y de la que debemos ir sacando ya algunas importantes enseñanzas, como que invertir recursos públicos en sanidad nunca sale caro. Si hacen falta más médicos y personal de enfermería, contrátense. Si hay que dotar a los hospitales de planes de contingencia, háganse. Y si hay que aplaudir desde los balcones, aplaudiremos, pero también salgamos a la calle a protestar si esos preceptos de necesidad sanitaria se incumplen.
También es preciso llevar a cabo una urgente reflexión sobre lo necesario que resulta ampliar las partidas presupuestarias para la educación. La digitalización de las aulas es asunto urgente, como disponer de herramientas online para que ninguna nueva emergencia sanitaria interrumpa la cadena de la formación permanente de las nuevas generaciones. Y reforzar además el modelo educativo, cuya permisividad se ha vuelto asombrosa hasta el punto de ver menguada enormemente su calidad. Con una educación más completa en las ciencias y en las letras, en la teoría y en la práctica, encaminada a la formación en valores éticos como la solidaridad y el esfuerzo dispondríamos de ciudadanos más formados y comprometidos. Y los médicos y enfermeras de las UCI no se quejarían amargamente de la irresponsabilidad de quienes miran solo por lo suyo y no por lo del común y les están llenando las camas de enfermos.
