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Matías Vallés

Y si todo sigue igual

A los tres meses del enésimo estado de alarma

Después de fracasar en primavera (“hemos derrotado al virus”), en verano (“vamos a salvar la temporada turística”), en otoño (“vamos a salvar las Navidades”) y en invierno (“vamos a salvar 2021”), los políticos insisten en que el coronavirus está en vías de solución. Lógicamente, porque les va el cargo en ello. El espectador medio mantiene la confianza, a falta de otro clavo al que agarrarse. Además, se necesita mucha soberbia para anunciar un apocalipsis, los heraldos del fin del mundo pierden credibilidad porque se expresan como si fueran capaces de desencadenarlo.

Para rematar un año predicando la curación inminente, los gobernantes ejecutan el triple salto mortal de que todo volverá a ser como antes. Salvo que antes es igual que ahora, por lo que se echan de menos proyecciones en que se apunte a una continuidad de la plaga actual, con miles de enfermos y centenares de muertos diarios. En la pugna furiosa entre negacionistas y afirmacionistas, conviene abrir un hueco para los situacionistas, el colectivo de quienes señalan humildes la posibilidad de que todo siga igual.

Se alegará que habituarse al drama en su dimensión actual resulta insostenible, pero se viene asumiendo sin interrupción desde marzo. Se cumplen tres meses del enésimo y vigente estado de alarma, no había mascarillas suficientes y no hay vacunas bastantes. La idea de que todo siga igual con la pandemia tropieza con la ilusión de la borrasca pasajera, del despertar de la pesadilla y de la luz al final del túnel. Sin embargo, todo sigue igual con el cambio climático, sin mejoras reseñables desde el tórrido 2003. Nadie negará el deseo de los ciudadanos de que los políticos acertaran por vez primera, de ahí el grado espectacular de cumplimiento de la cárcel colectiva. Con todo, acostumbrarse a una catástrofe amortiguada puede ser más eficiente que entregarse a salvaciones sucesivamente incumplidas.

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