Un conocido mío, que cuando hace casi medio siglo andaba sobrado de potencia presumía de ser promiscuo y mucho después, cuando la promiscuidad empezó a quedar proscrita, se convirtió ante su pequeño mundo en un maldito machista depredador (aunque nunca hubiera noticia de acoso alguno), anda ahora encantado con la moda del poliamor. Ya ves que todo vuelve –me dice en la calle a tres metros con mascarilla– y cuando ya estaba desahuciado del amor me siento renacido. Le pregunto hasta dónde llega ese renacimiento, y calla. Luego le intento explicar que el poliamor es otra cosa, y aunque sea verdad que todo vuelve lo hace de forma distinta, a veces opuesta. El poliamor de ahora descansa en una radical igualdad, y además puede no haber sexo, le digo. Él se queda como rumiando lo último, luego se le ilumina la cara y dice: ¡mejor todavía! Luego se va contento, apoyado en el taca-taca.
