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El poder de un acta notarial

Es 25 de julio de 1936, una semana después del alzamiento. La situación, tras lo de Aranda, es muy difícil. El notario de Mieres, Justo Vigil, es llamado al Ayuntamiento. Llega sobre las 10 horas. Se encuentra con sorpresa que allí están los representantes de los bancos de la plaza. Toma la palabra el presidente del Comité local de Defensa de la República, pues quiere hacer “arqueo del dinero de los bancos incautándolo para las necesidades públicas”. El señor Zuazua, del Banco Herrero, responde que no pueden prestarse a ello. Pero el comité es inflexible: no admitirá negativas. El notario toma notas: un sudor frío recorre su cuerpo. Hace constar “la anomalía del requerimiento” y que “insistieron en que había de autorizar”. Esta puesta en escena, basada en un acta real, evidencia que la labor de los notarios en Asturias durante la Guerra Civil no fue fácil. Muchos perdieron la vida o fueron depurados. Este tema lo abordé en su momento en profundidad en la revista “El Notario del siglo XXI”, en su número 77 y también en el 94, en esta ocasión en colaboración con el historiador Antonio Linage.

Las actas notariales son documentos de indudable valor, tanto probatorio como histórico. Y no solo para ayudar a reconstruir hechos pasados.

En los años ochenta del siglo pasado, se autorizaron muchas reclamaciones de pensiones gracias a documentos notariales. En uno de estos requerimientos, a instancia de una vecina del Caudal cuyo padre había sido fusilado, se decía: “La requeriente ha solicitado pensión de orfandad en aplicación de la ley sobre pensiones para familiares de fallecidos en la guerra civil, y que a los testigos les consta que el padre fue fusilado por el Ejército Nacional en Nicolasa, el … de 1938”.

O de mutilados sin derechos reconocidos: así se lee, instada por una viuda: “Que durante la pasada guerra el día… de 1937, su esposo, fallecido, fue herido por metralla luchando en el frente de San Claudio, Oviedo, formando parte de la unidad militar n.º 247 del Ejército republicano. Como consecuencia, le quedaron secuelas en ambas manos que tenía prácticamente anquilosadas”.

Como curiosidad, en la escritura de compra, en 1953, del Colegio Notarial de Oviedo se dice: “La adquisición de (la) casa-colegio gracias al apoyo entusiástico del director general Maximino Miyar, asturiano de nacimiento y de corazón, (y) todos los que amen a esta región, verán en esta escritura satisfechas las aspiraciones de varias generaciones notariales”

Trasladándonos a Madrid, en diciembre de 1936 encontramos acta para constancia de los daños sufridos en el Museo del Prado, por el bombardeo de las 19 horas del 16 de noviembre de 1936. Se refieren por inspección ocular del notario: “huellas de una bomba incendiaria en el patio de calderas, otras dos en el techo de la sala de Velázquez; de tres impactos similares en el óculo y techo de la rotonda y de dos más en el patio de Murillo”.

Los documentos notariales son útiles para todo tipo de reclamaciones.

Volvamos a tiempos de la guerra. Febrero de 1939. Un hombre, llamémosle Pedro, sabe que han perdido la guerra. Decide irse a Madrid y adoptar otra identidad para pasar desapercibido. No es difícil, la ciudad es un caos. Lo consigue. Casi 40 años después, en 1977, le llega la hora de la jubilación. Para percibir la pensión necesita acreditar que es la misma persona a cuyo nombre había cotizado. El acta demuestra que esas supuestas dos personas nacieron en el mismo lugar, en el mismo día, de los mismos padres, se casaron con la misma mujer...; se añade la prueba testifical y, finalmente, como golpe de efecto, el notario se presenta en las oficinas donde trabaja el interesado, pregunta por un empleado, por el nombre y apellidos supuestos y aparece el mismo rogante, identificado en el acta con el nombre y apellidos verdaderos.

Los notarios trabajaron en aquellos tiempos de guerra como servicio esencia, igual que sucede ahora, en época del covid. Las condiciones de trabajo no siempre fueron favorables, en ocasiones, lo fueron extremas.

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