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Crisis en el Gobierno

El escaso respeto de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez

En los próximos días, después de conocerse los resultados de las elecciones celebradas en Cataluña, la política española será una olla a presión. Aumentará la incertidumbre cuando más necesario es para el país ofrecer a la Unión Europea garantías de estabilidad. El populismo trepador amenaza con difuminar a la oposición convencional hasta el extremo de anularla y la composición del Ejecutivo catalán podría exacerbar la división en el Gobierno español, que no deja de crecer y es ya inocultable.

Las diferencias entre el PSOE y Unidas Podemos son bien conocidas. Pero la actitud de Pablo Iglesias revela que en el Gobierno está ocurriendo algo más y que es grave. Las declaraciones que hizo al diario “Ara” sobre la democracia española tenían una ambigüedad muy calculada. Sin embargo, días después, tras el desplante del ministro de Exteriores ruso a Borrell, que representaba en Moscú a la Unión Europea, y la reacción visiblemente contrariada de varios ministros socialistas, se reafirmó en ellas con cierto regodeo. La portavoz del Gobierno había apelado en Moncloa a la comprensión de la prensa con la ligereza propia del discurso político en una campaña electoral, pero el vicepresidente alimentó con sus gestos la polémica y el suceso ha adquirido una notable dimensión política.

Los últimos pasos dados por Pablo Iglesias corroboran su concepción exclusivista del liderazgo político y el escaso respeto que siente hacia Pedro Sánchez, que le han llevado en esta ocasión a comportarse de un modo descaradamente desleal. El líder socialista celebró la formación de este Gobierno como un hito de la democracia. Era, dijo repetidas veces, el primer Gobierno estatal de coalición de nuestra historia reciente, una asignatura pendiente por fin superada. Ante las dudas que despertó el acuerdo, azuzadas previamente por él mismo, se reiteró en asegurar que a pesar de las discrepancias el Gobierno actuaría en público con una sola voz. Por el contrario, la singladura de este Gobierno está resultando tanto o más ácida de lo esperado, para sus miembros y para los ciudadanos. Lo cierto es que Pedro Sánchez no ha conseguido imponer su autoridad. Las discrepancias en el seno del Ejecutivo son profundas desde el primer día y con frecuencia han trascendido a la opinión pública. Pero esta semana, si no antes, se ha abierto una grieta en el núcleo mismo del Gobierno, que más que una coalición parece ser un gobierno doble, en el que cada fuerza política hace las cosas por su cuenta.

Pedro Sánchez guarda silencio, quizás a la espera de lo que suceda en Cataluña, pero ya no goza de la estabilidad que creía haber conseguido con la aprobación de los Presupuestos. Los españoles, por su parte, tienen sobradas razones para preguntarse por el futuro del Gobierno, en concreto por las repercusiones de su continuidad en estas condiciones o si va camino de la ruptura. Aunque la política puede acoger las sorpresas más inverosímiles sin inmutarse, en principio la situación actual solo admite la posibilidad de un Gobierno que tenga el respaldo parlamentario de los partidos que comparten la coalición o la convocatoria de nuevas elecciones. El PSOE y el PP se repelen mutuamente, con la composición del Congreso el Gobierno está fuera del alcance de la oposición y el apoyo de Unidas Podemos es imprescindible para un Ejecutivo en solitario o en coalición del PSOE. Es fácil prever que el Gobierno no se romperá mientras en los partidos que lo forman no prevalezca el interés de medirse en las urnas.

Este es el panorama. Un gobierno con enfrentamientos internos, al que las circunstancias empujan penosamente a seguir, y sin una alternativa creíble en la oposición. Lejos de aportar soluciones, la política española se ha convertido en el problema número uno. Según los datos del último Eurobarómetro, publicado estos días, una mayoría de españoles se declara insatisfecha con el funcionamiento de la democracia. En la Unión, solo búlgaros, griegos, eslovacos y eslovenos manifiestan un descontento mayor. Perciben que el debate político discurre ajeno a los asuntos de interés, está descentrado y es de baja calidad. Opinan que los políticos no tienen suficiente preparación, que son incapaces de cooperar, y que los principales líderes, y en particular Vox y Podemos, son los mayores responsables de la crispación que vicia la vida política. Conviene saber que este es el ambiente por el que rampa el populismo.

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