La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Manuel Campa

Moscones de la emigración para la historia

Los hitos de Ignacio Piñeiro, músico cubano, y Baldomero López, infante de Marina de EE UU

Arriba, carátulas de dos discos de Piñeiro. | M. C.

Arriba, Baldomero López; sobre estas líneas, al frente de sus soldados. | M. C.

Los padres de Baldomero López, recibiendo la medalla de su hijo. | M. C.

Moscones de la emigración para la historia

Moscones de la emigración para la historia

Grado ha sufrido por dos veces, en la primera y en la tercera ola, al devastador virus del covid-19. Está en horas bajas. Pronto, sin duda, volverá a recuperar los rasgos de próspero y festivo concejo que siempre lo caracterizaron. Por eso, en estas horas bajas, puede ser oportuno recordar que dos de los últimos representantes de la emigración, incorporados a nuestra memoria colectiva de asturianos excepcionales, proceden de Grado: Ignacio Piñeiro, quien al frente del “Septeto Nacional”, tocaba, por los años veinte, la primera versión del “Asturias, Patria Querida”, como un son cubano, en los jardines de las grandes cerveceras Tropical y Polar de La Habana, y Baldomero López, héroe máximo de la ciudad de Tampa, en Florida (EE UU).

La salida de Oviedo hacia el occidente de Asturias era popularmente conocida como carretera de Grado, independientemente de los nombres oficiales de cada tramo. A partir de los primeros meses de 1937, fueron designándose, en numerosas localidades del Centro y el Occidente, calles con el nombre de avenidas de Galicia. En Oviedo se dedicó una Avenida de Galicia a una parte de la antigua carretera de Grado, a la vez que, en el Campo San Francisco, se dedicaron avenidas a Alemania (Hitler), Italia (Musolini) y Portugal (Oliveira Salazar). Por eso, algunos gallegos, cuando se les felicita por las numerosas avenidas de Galicia del occidente de Asturias, suelen responder: “No me felicitéis, que yo no estoy incluido en el nombre de esas calles en honor de las columnas gallegas que tomaron Oviedo y apartaron Asturias, durante mucho tiempo, de las tradiciones democráticas de la Europa occidental”. En cambio, el nombre de carretera de Grado iba dedicado, sin restricciones, a todos los moscones y a todo el mundo, fuera cual fuera su ideología. Esa carretera, de 26 kilómetros, incluía una concentración de espíritu festivo sin igual. Cabe recordar que, entre Trubia y Grado, había –durante muchos años– una docena de orquestas, además de un coro, una banda de música de la Fábrica Nacional de Trubia y varios grupos folclóricos.

A la sombra de la Escuela de Aprendices de la Fábrica de Armas de Trubia y de la banda de música, muchos niños aprendían solfeo, con lo que iniciaban su formación musical. “Marimbas Punto Azul”, “Hispania”, “Bohemia”, “River”, “Negresco”, “Siboney”, “Jazz Melodía”, “Gran Kapitol”, “Boga”, “Creación”, los “J”, y “Especiales”, fueron algunas de las orquestas de Trubia, con maestros como José Ros, Abel, Mario y los hermanos Penedo, autores del himno de La Cibeles. En Grado, surgieron la “Sícora Boys”, “Neptuno”, “Expresión”, “Archiduques” y, además, contaban con la sala de baile Maijeco, una de las de más éxito de Asturias. Trubia perteneció al concejo de Grado hasta 1885. A la Pascua seguían las fiestas de la 1.ª Flor, la 2.ª Flor, Santiago y Santa Ana, etcétera, de suerte que los niños del Occidente que llegaban en Alsa hasta la parada, frente a la fonda La Cloya, querían quedarse a vivir en Grado porque casi siempre estaban los “caballitos” funcionando.

Con este entorno festivo no es extraño que la primera versión del “Asturias, Patria Querida” proceda de un músico oriundo de Grado. Como escribió Fernando de la Puente, el descubridor de los orígenes, “nuestro himno regional no nació aquí, sino que es fruto de las influencias de los asturianos que emigraron –a Cuba–, y de los extranjeros –polacos de Silesia– que vinieron a trabajar a nuestra tierra. Himno mestizo para una tierra abierta y generosa”. En 1926 falleció en Grado Marcelino Rodríguez, emigrante retornado de Cuba, y padre de Ignacio Piñeiro, el músico director del “Septeto Nacional”, que, en ritmo de son cubano, creó la primera versión del “Asturias, Patria Querida”. Contemporáneos de Ignacio Piñeiro, y también oriundos de Grado, fueron Manuela del Río, primera bailarina del Liceo, teatro de la ópera de Barcelona y que en 1935 actuó con gran éxito en el Lyceum Theater de Shanghai, realizando, también, una gira por el Japón, y Regino López, cantante que dirigió un grupo artístico en La Habana, y que tuvo una destacada presencia en los orígenes de la primer emisora de radio cubana, a partir de 1922.

Hay tres nombres fundamentales en la historia del “Asturias, Patria Querida”: Ignacio Piñeiro, autor de la primera versión y grabación, el gran Dionisio de la Huerta, que lo convirtió en el himno de las piraguas en 1958, y Fernando de la Puente, que desveló los orígenes de nuestro himno antes envueltos en una gran nebulosa. Tradicionalmente, Grado, con Trubia, eran las puertas del Occidente, pues, como es sabido, a partir del río Nalón ya no se decía fabes, sino fabas, y no se jugaba a la cuatreada sino al batiente, modalidad de bolos occidental, porque se puntúa por desplazamiento de los bolos, y no sólo por derribo, como en la cuatreada o el bolo palma. Aunque eso ya no es así, por la desmesurada influencia del centro de Asturias sobre las comarcas más próximas de las alas. Además de llevarse la palma en espíritu festivo, y merecer esa zona el calificativo de despensa de Oviedo, por la fertilidad de sus tierras y la laboriosidad de los moscones, hay otros aspectos destacados en la vida tradicional de la comarca.

Cuando se iba a la mili, solían advertir los más viejos del lugar: “En general, todos los quintos asturianos son buenos compañeros y solidarios, pero, en esto, los de Grado suelen alcanzar el máximo nivel”. Es decir, en la cultura local se transmiten a los más jóvenes esas cualidades o valores de solidaridad, probablemente por la antigua situación vulnerable de la villa, en un valle, y que ya fue asaltada y quemada en 1308 por Gonzalo Pérez de Coalla. Doy fe de la validez de la conseja de los más ancianos. De los lejanos veinticuatro meses de mili en Marina (1961-1963), queda el recuerdo de compañeros moscones inolvidables, alguno ya fallecido: Manolo de Texeo (Santianes de Molenes), Luis, Cuervo, Tin, Tuero…

Un moscón de origen, Baldomero López, es el héroe máximo de la ciudad de Tampa, en Florida, por un acto de valor y, sobre todo, de solidaridad con sus compañeros, hace 70 años, en la guerra de Corea. El gran valedor de la memoria de Baldomero López es Emiliano Salcines, de madre asturiana, el primer hispano que fue juez y fiscal general de Florida. La gran valoración que, justamente, se dispensa, hoy, al pacifismo no debe hacernos olvidar que hay, también, otros valores igualmente válidos, como la solidaridad y el coraje personal. El pasado 15 de septiembre, se rindió un homenaje público, presidido por la alcaldesa de la ciudad de Tampa, al teniente primero de Infantería de Marina Baldomero López, que hace 70 años, el 15 de septiembre de 1950, en la batalla de la playa de Incheon, hallándose herido, y ante una granada viva, la cubrió con su cuerpo, para evitar que murieran sus compañeros. Tenía 25 años. Fue enterrado en el cementerio del Centro Asturiano de Tampa, haciendo honor a un rasgo de los astures en el mundo: integrarse plenamente en el lugar de destino y, a la vez, mantenerse fieles a su tierra de origen. El Secretario o Ministro de Marina de EE UU, Dan A. Kinball, entregó la Medalla de Honor del Congreso (condecoración máxima) a los padres de López en Washington el 30 de agosto de 1951. La medalla permanece en poder de la familia. Su padre, de su mismo nombre, había nacido en Grado.

Entre los testimonios de homenaje figuran: una escuela en Seffner (Florida); un monumento en el complejo deportivo Ed Radicde, en Tampa; una roca en la playa de Incheon, Corea del Sur, democracia que cuenta con una renta per capita un 20% más que la de España; una residencia y un hogar de ancianos en Tampa llevan el nombre de Baldomero López; una piscina pública, frente al Mac Farlane Park en West Tampa; un buque portacontenedores; en la Academia Naval de EE UU se le dedica la sala n.º 3021, con su foto en una placa de bronce. Un corresponsal de guerra, Jerry Thorp escribió que “Baldomero López murió con el coraje que hace grandes a los hombres”. Y una fotógrafa, Margarita Higgins, dejó para la historia una foto de López, al frente de sus compañeros, unos momentos antes de su muerte. Por el testimonio de sus amigos se sabe que era un buen jugador de baloncesto, aunque, si hubiera vivido en Grado, probablemente jugaría en el Mosconia o en el Club Patín Areces.

Compartir el artículo

stats