Los resultados de las elecciones en Cataluña son vitales para desatascar la reforma de la financiación autonómica. Pero el reparto de los escaños del 14F, lejos de abrir una vía de solución, parece embarrar más, si cabe, una reforma tan necesaria como temida. La mayoría independentista y la polarización del voto, con la subida de fuerzas como Vox, que no cree ni creerá en el estado de las autonomías, y de la CUP, que quiere mambo y, por lo tanto, romper España, dificultan el reparto de la nueva tarta de la financiación, aunque esta sea necesariamente mayor por las vías de agua que han aflorado con la pandemia. Si la reforma de la financiación autonómica era un sudoku en tiempos del vicepresidente Pedro Solbes en 2007, la complejidad del escenario actual la convierte en misión casi imposible hasta para el más ingenioso sucesor de Maquiavelo, si lo hubiese.
