Los asturianos perciben la Universidad de Oviedo como una institución venerable y antigua, situada ahora mismo en las clasificaciones docentes entre las 500 mejores del mundo, que cumple una misión fundamentalmente pedagógica e investigadora. Son muy conscientes de su alma científica. Quizá no tanto de su potencialidad como recurso del que sacar provecho por la capacidad prospectiva y analizadora. Del valor que podría aportar ofreciendo respuestas a los principales problemas regionales, iluminando con la luz de la razón estos tiempos oscuros de fatiga democrática e infodemia y contribuyendo como gran factoría de ideas a la prosperidad y la transformación de Asturias. Universidad y sociedad son la misma cosa, no pueden transitar por caminos separados.

La gran ausente del debate sobre los males del Principado y las preocupaciones de los asturianos ha venido siendo la Universidad. Ese papel no se corresponde con la relevancia y el peso de una entidad que mueve cada jornada a una comunidad de 24.000 personas, superior al concejo de Castrillón, y consume decenas de millones del erario. La Universidad lo supone todo en el sentido de que catapulta la excelencia asturiana, esos jóvenes llamados a tomar las riendas y encarar el destino, y de que cuenta con amplia presencia en el territorio, desde hospitales “universitarios” a campus.

Un nuevo rector, Ignacio Villaverde, alcanza el poder, con lo que ello comporta de contagio de las ilusiones y de expectación. No estamos ante un novel. Catedrático con larga experiencia en la gestión en distintas áreas y niveles, persona cercana, accesible y dialogante, según relatan quienes lo conocen, tiene ante sí el reto de agitar las estructuras universitarias. Para sacudirlas del estancamiento y del enclaustramiento entre los muros de sus vetustos caserones, al que las empujan las inercias del inmovilismo, y para convertirlas en una referencia ejemplar por su rendimiento y por su contribución al despegue asturiano.

La clave de su triunfo electoral, a decir de los analistas, estuvo en la habilidad para unir a sectores tradicionalmente enfrentados por sus rivalidades y antagónicas concepciones académicas. Igual competencia en aunar voluntades deberá exhibir para propiciar internamente el vuelco y para incitar la complicidad del Gobierno autonómico en la renovación. Repitiendo viejas políticas llegarán resultados frustrantes idénticos a los de los últimos años.

¿Qué Universidad requiere ahora Asturias? Abierta a la sociedad y a la empresa, repiten campaña tras campaña los candidatos. Conseguirlo depende en buena medida de imbricarla en la realidad regional con la conversión del conocimiento en algo útil y práctico al común de los asturianos. Moderna, también cabe responder. A la vanguardia de las tecnologías del siglo XXI. Que destierre la burocracia y suprima el papeleo innecesario. La pandemia aceleró el salto “online”, aunque con lagunas patentes. Que oferte enseñanzas adaptadas a su tiempo, con itinerarios bilingües, grados innovadores y la actualización a perfiles transversales y flexibles de los implantados. Pero hace falta, en especial, que resulte atractiva y menos funcionarial para seducir al talento. Para captar a los mejores enseñantes e investigadores.

Reducir los objetivos a la financiación, los títulos, los departamentos o las matrículas centra el debate únicamente en lo accesorio. “Es hora”, escribió Villaverde al lanzar su proyecto ganador, “de dejar de apelar a las dificultades y centrarnos en las posibilidades; es hora de pensar distinto y hacer las cosas de diferente forma. Nos encontramos ante la oportunidad y la necesidad de establecer una estrategia de cambio, con lo que supone de compromiso”. Una carta de presentación sin excusas para recordarle cada mes de su mandato que redondeó con una expresiva metáfora: pasar de linterna a faro, haz de pensamiento que estimule la reinvención asturiana. Prueba fehaciente de ese escaso protagonismo en la vida cotidiana de la región la hallamos en que nadie recurriera al asesoramiento universitario para pensar proyectos de los fondos de la UE.

Un foco febril de reflexiones imitadas allende Pajares ya lo fue la institución en condiciones adversas. Un puñado de profesores extendió desde aquí lo que ensayaban los países europeos más avanzados, suscitando admiración e interés. El llamado Grupo de Oviedo de intelectuales regeneradores poseía un concepto claro del papel que jugaba, de su trascendencia para el desarrollo del entorno y la culturización del movimiento obrero.

Ha pasado un siglo. La globalización abre la puerta a otro mundo. Ni Valdés Salas, Canella, Altamira, Sela y García-Alas reconocerían hoy su casa. Asturias progresó. Pero vuelve a precisar de precursores como aquellos que inspiren un giro drástico, que hagan de la Universidad el orgullo de los asturianos y lideren la mudanza en otra de las coyunturas delicadas y disruptivas de nuestra historia.