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Optimismo de la voluntad

¡Muerte al algoritmo!, oigo como grito de guerra en Radio 3, y digo ¡de acuerdo! Lo malo es que el algoritmo es solo un lenguaje, no la cosa. Las cadenas entrelazadas y arborescentes de concausas e interacciones que andan detrás de todo no se van a ir, y si se fueran nos iríamos con ellas, pues en el fondo somos un maldito algoritmo. ¿Lo es también el destino? Ahí es donde hay un frente de posible resistencia. Por ejemplo, según los cálculos algorítmicos del FMI, bajo la pandemia se está formando un gran charco de desigualdad, que irá creciendo con la crisis que llegará cuando acabe, hasta ser oceánico y provocar un tsunami social. Sin embargo (digo ahora yo), estamos a tiempo de introducir en ese algoritmo una variable asumiendo de una vez que la desigualdad genera inseguridad y luchando contra aquella aunque solo sea para evitar esta. Ahí pillaríamos al algoritmo con el pie cambiado.

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