–Y después de Franco, ¿qué?
–Después de Franco, otra guerra.
Independientemente de reuniones de personalidades demócratas –en trincheras antagónicas en nuestra guerra incivil pero en una misma mesa en Múnich 1962– o los esfuerzos para una reconciliación nacional de Indalecio Prieto o Santiago Carrillo, el común de los españolitos temíamos que después del “hecho biológico” del dictador volviéramos a “engarrarnos”. Teníamos interiorizados los diagnósticos de las generaciones del 98 y del 27, sobre nuestros males. Y los cantábamos:
“Toda gente de trono, / toda gente de botas / se rio con encono / de mis abarcas rotas”.
(Miguel Hernández, musicado por Serrat).
“Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”.
(A. Machado, musicado por Serrat)
Era nuestro problema secular: la falta de entendimiento de las dos Españas para acordar reglas comunes de convivencia democrática. Izquierda contra derecha; rojos contra azules; nacionalistas españoles contra nacionalistas independentistas. Confrontación extrema. Crispación exagerada. Y, sin embargo, murió el dictador y no hubo mayor pendencia. Los unos se fueron a despedirlo a la plaza de Oriente y los otros agotaron el cava y le dedicaron cancios en chigres y escenarios.
“Mil años tardó en morirse, / pero por fin la palmó. / Los muertos del cementerio / están de Fiesta Mayor. / (...) / los del exilio de fuera / y los del exilio interior / celebraron la victoria / que la historia les robó”.
(“Adivina, adivinanza”, Joaquín Sabina).
Con el Rey Juan Carlos I en el puente de mando, Adolfo Suárez de segundo de a bordo, Marcelino Camacho como jefe de la maquinaria proletaria, con Felipe González liderando buena parte del pasaje, Manuel Fraga representando al armador y con Santiago Carrillo como contramaestre de Estado, tiramos por la borda el enfrentamiento y lo sustituimos por consenso y concertación.
Dos ejemplos: la Constitución de 1978 y los Pactos de la Moncloa. Ceder, aflojar, transigir. Los rojos cedieron en la forma de Estado y los azules en su organización territorial. Las izquierdas en la contención salarial y las derechas en la educación pública, impulsándola como no se había visto en décadas.
La disyuntiva actual, digámoslo claramente, no es república o monarquía, sino una Constitución de las dos Españas o una Carta Magna de unos contra los otros. El consenso para progresar o la polarización para empantanarnos. Lo sensato, hoy, sería ponerse manos a la obra con lo del Consejo General del Poder Judicial, lo del Defensor del Pueblo o lo del Constitucional, siguiendo los ejemplos de la Transición.
“Una cosa son los ideales y otra cosa son los problemas de cada día; todos los que nos enfrentamos a la vida de verdad sabemos que los ideales hay que tenerlos, pero también hay que contenerlos”, nos dice González Ledesma en “Expediente Barcelona”.