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José Manuel Ponte

En memoria de Javier Martínez Reverte

Un profesional con una brillante carrera literaria

Me entero de la muerte de Javier Martínez Reverte al leer un artículo de su hermano Jorge, en el que, bajo el título de “Imprescindibles”, hace memoria de unas partidas de mus en las que ambos formaban pareja con Mario Onaindia y Manu Leguineche. Dos vascos que, como suelen hacer los vascos que juegan al mus, “hacían todas las trampas que conocían, que eran muchas”. Ocupado como estaba en recolocar el esqueleto y a dieta de información por prescripción facultativa, no supe de la muerte de Javier “por un tumor mal colocado” (sic), hasta que pasaron tres meses y medio. No tiene importancia. El disgusto por la desaparición de una persona a la que se tenía afecto, o admiración, no prescribe. A Jorge no tuve ocasión de conocerlo, excepto por la lectura de sus novelas y de sus artículos. En cambio, con Javier ya tuve un trato más intenso. Por entonces, se discutía sobre el destino que habría de darse a los periódicos de titularidad estatal. Él era uno de los subdirectores de “Pueblo”, el medio del sindicalismo vertical que dirigía Emilio Romero, quizás el periodista más influyente de la dictadura franquista y con fama de manejar información comprometida. Y yo era, por entonces, el presidente del comité intercentros de MCSE. Javier estaba horrorizado ante la perspectiva de ser transferido a una oficina siniestra, como la que se describía con trazos sombríos en el semanario satírico “La Codorniz” una vez cerrado el diario “Pueblo”. “Pero ¿qué puedo hacer yo en un destino burocrático?”, nos interpelaba a mí y al periodista ribadense Domingo Roibás Pardeiro, que me acompañaba para hacerle ver que la salida no era tan mala como imaginaba.

En opinión de Roibás, el Estado podía ofrecernos un catálogo de puestos de trabajo en actividades de lo más variado. “Aparte, claro está, de estabilidad en el empleo, un privilegio del que poca gente puede disfrutar. Dejando a un lado la Monarquía, la Educación, la Sanidad, las Fuerzas Armadas, la Real Fábrica de Moneda y Timbre, los Museos Nacionales, la Renfe, la Seguridad Social, las Prisiones y otras instituciones tenemos el Servicio Nacional del Trigo, el de Cría y Remonta, el Depósito de sementales, la Orquesta y Coros Nacionales Teatro y Ballet Nacionales, el Jardín Botánico, el Instituto Geográfico del Ejército, Radio Televisión Española, los Parques Nacionales, el Centro de Investigaciones Sociológicas, el Instituto Nacional de Estadística, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Loterías y Apuestas del Estado, la Agencia Efe y, para concluir esta relación incompleta, el Boletín Oficial del Estado... y lo que queda, que es otro tanto; no creo -remató- que ante esa inmensidad, sea difícil encontrar una ocupación honorable para los periodistas y los tipógrafos que opten por integrarse en la Administración, después de haber dado la lata durante años a la clase política”.

Recuerdo todas estas cosas al recibir, con retraso, la mala noticia de la muerte de Javier, que supo desempeñar una brillante carrera literaria huyendo de tentaciones burocráticas. Y mando unas letras de pésame a su hermano Jorge y a su hermana Isabel, que figuró en la lista de la candidatura de la Unión por la Libertad de Expresión que yo encabezaba por Madrid en las elecciones de 1979. Desde instancias oficiales se nos persiguió más que a Herri Batasuna para evitar que utilizáramos los espacios gratuitos en televisión.

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