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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

La democracia plena se ejerce

¿Está lleno de democracia Estados Unidos cuando se mira su historia desde los negros, los indios o los trabajadores organizados de su interior o desde las intervenciones exteriores de su ejército y de sus servicios secretos? Pues es una democracia de referencia. La política complicada es el defecto y la virtud de Italia, ¿es plena su democracia cada vez que designa a un tecnócrata, como quien llama al persianista, para que repare lo que los elegidos no son capaces de arreglar con bricolaje parlamentario?

Pleno: completo, lleno. Recuerda demasiado al depósito de gasolina del coche y, por razones de edad, la metáfora de la democracia española como coche se me impuesto desde el origen. España no compró el coche que quiso sino el que pudo. Como nativo de la clase media del desarrollismo entiendo muy bien la diferencia entre lo que se quiere y lo que se puede, mejor que la que media entre lo que es y lo que debe ser. La democracia española salió de la factoría del tardofranquismo, diseñada bajo el miedo al golpe militar, por supuesto, y a disgustar al tutor estadounidense y con afán de agradar a una Europa que nos despreciaba. El utilitario circuló a la velocidad que permitían las carreteras y tuvo una tercera marcha larga, de las que el coche no se ahoga ni se revoluciona demasiado.

Hoy los que más insisten en la plenitud de la democracia y en su inmarcesible Constitución son los menos interesados en las libertades que no se refieran exclusivamente a comprar y vender.

El debate de la “democracia plena” lo saca Pablo Iglesias, que en la vicepresidencia del Gobierno es la prueba encarnada de una democracia incluso lujosa, que dispone de un Gobierno que se practica la oposición como teatro de sala y de calle. Lo que tenemos es un país anómalo, enemistado con su historia común –sí, común– cruel y atravesada por la corrupción, del Rey abajo, cualquiera; con una base de fanatismo que salta de la religión a la política y una baja teoría y práctica de la democracia cotidiana que se nota en el sedimento antipolítico, que maldice mucho e interviene poco.

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