Lo de los simpa viene de una táctica gregaria de hacerse el loco tras ingerir los mejores platos a la carta del restaurante, sorber cafés y entonar “Paquito el chocolatero”, muy propio del llenado de barrigas y euforia del chupito. El camarero, impertérrito, ve cómo, uno a uno, la familia cuchipanda va desfilando por la salida de emergencia –como los decretos ley– creyendo que volverán por la entrada principal, pero va a ser que no, se van sin pagar, de ahí lo de simpas.
En política, llamamos simpas a quienes abusan de programa electoral y ocurrencias ofreciendo el oro y el moro, promesas que más tarde hay que escriturar por decreto, o ley orgánica volviéndose inorgánica, indigesta, pues no hay cristiano que la ponga en práctica a falta de cash. Ya no nos queda nada que empeñar en Bruselas, aun así, cada legislatura se intenta superar el récord de decretos.
Hablando en plata, las promociones legislativas están muy bien, pero es que a cada invento corresponde un presupuesto. El papel aguanta mucho. De hecho, debería renovarse el juramento a los cargos públicos tal que la pregunta en la toma de posesión sea: ¿Promete o decreta?, lo de jurar no está bien visto, pese a ser una práctica habitual en los micrófonos del hemiciclo.
Así, se decreta para que en los ayuntamientos rebusquen debajo los sofás la calderilla sobrante y ponerla a disposición de la centralidad, ya que los Presupuestos Generales del Estado se fundieron, revierten la redistribución en devolución –a pagar– al decretar que los municipios hagan el puente pino y les caigan las calderillas de sus bolsos, todo por decreto.
Decretan despenalizar asaltos al honor, lo que tanto defendió Pedro Crespo de Zalamea, facilitando libertades de expresión tal que, donde digo odio, digo oído. Por decreto abaratan alquileres, como el que invita una ronda sin tener un duro. Redactan textos ad hoc autorizando “manis” peinando canas ministros de cartera que no mochila, como cuando tenían acné, aún a costa de poner vidas en riesgo. Por promesa electoral, desgravan el agravio cuando ocupan tu casa por ausentarte a buscar el pan. Por edicto, aumentan el número de poltronas ejecutivas, siempre que sean de la peña o afines. Hacen bandos para exhumar la historia, teniendo que envainársela y volver a inhumar, duplicando el precio y mano de obra. Los unos y los otros, prometen subir sueldos públicos a plazos, con la misma carencia de una hipoteca, ya vendrá otro al que pasar la deuda, el caso es agotar la carta de ese restaurante parlamentario: cuatro años de legislatura dan para mucho. Siempre quedará la moción de censura, entonces lo de “Paquito el chocolatero” estará muy abusado, los políticos aprovecharán a bajar la basura –también por decreto– tomando las de Villadiego. A ver quién paga la cuenta.