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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Recepcionando la recepción

El acceso a la Universidad, el falso prestigio de las palabras largas y los vendedores de humo

Recepcionando la recepción

María Luaces es reputada cardióloga, da clase en la Complutense y se queja con amargura en Twitter de que ya no tiene palabras para calificar un mensaje que ha recibido de una alumna suya. Lo copio literalmente, con la demencial puntuación, la horripilante sintaxis, las equivocaciones semánticas y la arrogante cara dura de quien firma: “Buenos días María. Me podrías, por favor, decirme, sobre que temas saldrán las preguntas del examen? Perdón, por el atrevimiento, pero tanto usted como yo, no tenemos mucho tiempo libre y el poco que tenemos hay que aprovecharlo, y me iría más a los temas que usted me diga, que estar mirando otros que carezcan de menos importancia”. Fin. No es un caso aislado, no es una anécdota ascendida a categoría. Por eso −señora ministra de Educación, señores y señoras ministros y ministras anteriores (y anterioras) de Educación− pregunto: ¿No va algo mal para que esta muchacha y muchas y muchos como ella hayan llegado a la Universidad?

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Oyendo los vacuos neologismos de algunos políticos ignaros, recuerdo el chiste del tipo que llama al telefonillo para preguntar si es ahí el curso de vendedores de humo. Responde una voz: No, aquí ponemos en valor la gestión e implementación de sinergias transversales. Nuestro hombre finaliza: Abre, anda.

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Me voy al taller del concesionario oficial para hacerle la preITV a mi veterano y aún muy útil vehículo de motor. Encuentro amabilísimo al personal, todo sonrisas y mieles. Tanto es así que un joven empleado se pasa por arriba de redicho cuando me saluda y señala su función laboral: “Buenos días, soy el encargado de recepcionar su coche”. Recepcionar. Cuatro sílabas. Nada de recibir (hacerse cargo de lo que le dan a uno) o recoger (admitir lo que alguien envía o entrega), con solo tres silabitas de nada. Ay, el falsísimo prestigio de usar palabras largas para aparentar nivelazo. Imagínense un futuro donde se hable y escriba así: “He recepcionado tu email, así que te recepcionaré mañana en la recepción”. Ole. Por cierto: en Argentina, Nicaragua, Perú y Uruguay, sí se usa recepcionar. Pero significa recibir las ondas de transmisión en un aparato de radio o en la tele. Más ole.

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“Mi paso por el Sporting fue un poco fugaz”, oigo que dice un futbolista por la radio. La apago con un punto de irritación. O fue fugaz −o sea, de muy corta duración− o no. Nadie está un poco embarazada o un poco muerto. Sobra el adverbio. Brel estira las orejas y me mira con reproche: “Y a ti qué más te dará”, parece decir, en perruno.

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Una pareja de jovenzanos sale por ese cada día más popular contenedor de majaderías que es la red social TikTok, para contarnos que están como unas pascuas por la descubrición que acaban de hacer en un centro comercial. Salto del sofá estupefacto (yo: no el sofá), pues “descubrición” es palabra fijada en el Diccionario, aunque ya en total desuso, que significa ventana, trampilla, registro que una casa abre sobre otra, ilegal según las ordenanzas sobre edificación… de 1500: “Otrosí, la descubrición de una casa a otra parece mal, e non es bueno descubrir home casa agena”. ¿Dos chavaletes hablando como en el Renacimiento? No, no hay tal. Son dos analfabetillos funcionales que ignoran la palabra descubrimiento y usan por ello descubrición. Y la descubrición que los alboroza es un aparato que tuesta pan, o sea, una tostadora. Mete miedo la cosa.

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Sin embargo, me pone feliz la brillante confusión léxica de uno de mis nietos: “Mamá y papá van a instalar unos parapentes solares”. Quería decir, claro, paneles solares. Está explorando el idioma. Los mozos de la tostadora lo están perpetrando.

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El palíndromo que les regalo por haber llegado leyendo hasta aquí tiene esta semana veintitrés letras. Helo, con la posibilidad de leerlo de izquierda a derecha o al revés: “Así le robas ese sabor, Elisa”.

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