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Fernando Miranda

Trabajadores pobres

El factor humano en la nueva economía verde

A veces resulta difícil tener conexiones con la realidad sin que te piquen los ojos. No sé a ustedes, pero a mi me sobrecoge el término “trabajadores pobres” porque me parece que implica la más cruel de las desigualdades: pertenecer al mercado laboral pero a la vez malviviendo en la exclusión e insuficiencia económica. Es que no me cuadra ni como ejemplo de paradoja. Digo yo, que eso nos deja al descubierto un pilar que no funciona ni medio bien en la matriz del sistema.

Ahora que se están madurando planes para la transición energética con futuras revoluciones basadas en el hidrógeno, sería bueno que entre tanta estrategia geopolítica no nos olvidáramos de incluir al factor humano. Tener presentes a hombres y mujeres dentro del nuevo escenario de la descarbonización y la economía verde. Hacernos un hueco entre las máquinas y la tecnología, no vaya a ser que cambiemos el modelo pero nos olvidemos de que, al fin y al cabo, fuimos nosotros los que lo concebimos. Porque el colmo sería no hacernos útiles y fracasar al tratar de montar el sistema, atribuyéndonos un papel no acorde al de seres pensantes. Es como la llegada a Marte, que la hacemos nuestra desde la torre de control en Tierra.

Hay estudiosos que diagnostican una sociedad enferma, en permanente insatisfacción y con cada vez menos nichos de empleo. Pinta mal, pero es que encima empeoramos la situación cuando nos fugamos de nuestra propia realidad con una peligrosa conducta evasiva. Precarizando nuestro modo de vida nos volvemos cada vez más indefensos. Un ejercicio de vulnerabilidad que es como pegarnos un tiro en el pie, pero a lo fino.

Me resulta difícil entender cómo es posible que los jóvenes encadenen contratos de un cuarto de hora –es un decir– con los que se les condena a una vida con muy pocas perspectivas de futuro. Ahora que todos celebramos la llegada de un importante centro logístico a nuestra región –un “polo tractor de empleo”, se supone– confiamos en que quien le dé vida, aparte de los paquetes y las máquinas, no sean unos salarios con los que resulte imposible desarrollar un proyecto vital. Porque si no, condenaríamos a dos mil humanos a una sutil postración a cambio de tener el dudoso honor de estar ocupados. Eso sí, seguro que no falta el ciudadano resignado –o mal informado en el mejor de los casos– que opine aquello de que “mejor tener trabajo que estar en el paro”. O, peor aún, quien lo justifique bajo el manido mantra de “problemas estructurales...”.

No sé, pero creo que habría que poner al hombre por delante de cualquier idea de “crecimiento”. Enmarcarlo en un halo de esperanza. Sacarlo de las estadísticas estampándonos un monigote que nos recuerde que necesitamos tener un mañana. No pensar las cosas como si fueran siempre para el hijo del vecino. Estamos al servicio de una maquinaria global que nos otorga muy poca calidad laboral, pero sí a cambio todas sus disfunciones emocionales.

Escuché estos días que no se venden coches de hidrógeno en España porque no hay “hidrolineras” para repostar. ¿Será cierto esto o es que no hay surtidores de hidrógeno porque no hay demanda de automóviles de este tipo? Otra economía está en marcha, vienen otros modos de producción y consumo y hasta otro tipo de trabajo. Pero sería bueno que no nos olvidáramos de nosotros mismos. Porque somos nosotros los que nos tendremos que hacer las preguntas y los que deberíamos poder respondérnoslas… mientras estemos como seres racionales al volante, claro.

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