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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Una evidencia, una desconfianza

La importancia de la Unión Europea para el futuro de Asturias y de España

Se puede ser muy crítico con la UE. Unas veces porque se empeña en regular cosas nimias o en legislar como si todo el continente fuese uniforme (lo que aquí, por ejemplo, hacen Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con el lobo). Otras, porque tarda en proteger la producción “nacional”, como ocurre con las limitaciones que no se imponen a quienes producen bienes con menores cargas ambientales. En ocasiones porque, en pos generalmente de los intereses de alguno de los grandes, traslada el empleo fuera de la UE a cambio de beneficios comerciales. La semana pasada, al respecto, citaba aquí el último libro de Francisco Rodríguez, europeísta convencido y crítico a la vez de muchas de las políticas de la Unión.

¿Pero qué sería de nosotros sin ella? Piensen en las vacunas. Trasládense a un año atrás, a los comienzos de la pandemia. ¿Recuerdan cómo peregrinábamos por el mundo en busca de mascarillas, respiradores o equipos de protección? ¿Los precios que pagábamos? ¿Los pufos que nos metieron o cómo algunos países se aprovecharon de nuestros envíos? Pues pongan ahora a España sola buscando vacunas, en feroz competencia con otros países. ¿Cuántas llegarían? ¿Cuándo? ¿A qué precio?

Y ahora evoquen la crisis financiera del 2008. ¿Recuerdan que en 2010 no éramos capaces de vender nuestra deuda y a qué precio la pagábamos? ¿Recuerdan que varios dirigentes mundiales (desde EE UU a China) llamaron a Zapatero para exigir ajustes? Pues imagínense hoy en estas circunstancias fuera el paraguas de la UE y del Banco Central Europeo, con nuestra deuda disparada como nunca. ¿Quién nos la compraría? ¿A qué precio, si acaso? ¿Cuál sería la recesión, mayor todavía, y los ajustes que se abatirían sobre nosotros?

¿Para qué darle más vueltas?

La desconfianza viene del futuro y del uso que del cuantioso estímulo de los fondos europeos (hacia 140.000 millones, de los cuales, una parte “a fondo perdido”, aunque todos se han de pagar, de una u otra forma, en uno otro plazo). Ya no de la utilización que de ellos pueda hacer el Gobierno, por la falta de controles, como señaló el Consejo de Estado, que también; ya no de las posibles discriminaciones entre comunidades para contentar a algunos o pagar favores políticos, que asimismo; ya no por el poco oído que al Gobiernu presta el Gobierno, como se ve en las cuestiones lupinas o en el estatuto electrointensivo: por nosotros mismos.

No se sabe muy bien cómo van de adelantados los planes de nuestro Ejecutivo para tratar de acceder a esos fondos. Alega para ello prudencia, pero ese silencio es normal que despierte suspicacias o perplejidades, como LA NUEVA ESPAÑA señalaba en un editorial reciente. Pero es que, además, a juzgar por lo que se sabe, casi todo parece centrarse en las energías renovables, un sector que, dígase lo que se diga, no creará demasiado empleo permanente. Y si, además, ponemos atención en los proyectos que presentan muchos ayuntamientos, encontramos propuestas muy modernas y muy ecológicas pero que son unos Fondos Mineros bis, que se agotan en sí mismos: saneamientos, viviendas, zonas verdes, corredores ciclistas… Lo dicho, otro maná de Fondos Mineros.

Pero la clave de todo está en la participación de las empresas asturianas, no sólo en la de las grandes energéticas estatales. Y si los proyectos siguen orientados desde el punto de vista del discurso que nos ha llevado a la decadencia progresiva en estas últimas décadas, el de su impulso y creación desde la Administración, sus órganos de gestión o periféricos y asociados, mal iremos.

El País Vasco acaba de dar un ejemplo: ha aglutinado en un único consorcio formado por 78 empresas, instituciones y centros tecnológicos, el conjunto de iniciativas que manejan allí para concurrir juntos a la financiación europea.

¿Se hace cosa semejante aquí? ¿Se va a hacer? Lo ignoramos. Pero, sobre todo, ¿ha cambiado la mentalidad del Gobiernu y de sus apoyos sociales e ideológicos sobre lo que es el mundo y lo que necesita Asturies para competir (o, simplemente, sobrevivir) en él? ¿Labora porque cada proyecto esté vinculado a una empresa con futuro, y, por tanto, con empleo? ¿O se va a conformar, como se anuncian tantos proyectos de ayuntamientos, con traer dinero para una inversión temporal no productiva, por necesaria que sea, y aquí paz y después gloria?

Esperemos que no.

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