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Juan Gaitán

Guardar la cola

Etimológicamente, el término “infante” viene del latín “infans”, niño pequeño, y, más propiamente, “incapaz de hablar”

Conozco los apellidos de mi padre y los de los padres de mi padre. Sé que mi abuelo tenía dos hermanastros y que su madre murió quemada y loca, o loca y quemada (se rumorea en la familia que fue su estado de locura la que la llevo a prenderse fuego a sí misma). Del padre de mi abuelo desconozco el nombre de pila y el segundo apellido. De mi abuela paterna conozco su nombre completo y que tuvo tres hermanas y tres hermanos. No sé nada de sus padres.

De los padres de mi madre tengo los nombres y los de sus hermanos, a alguno de los cuales conocí. De los padres de mis abuelos maternos tengo también el nombre completo. De la madre de mi bisabuela sé el nombre y el primer apellido, y conservo una vieja foto en la que aparece junto a mi abuelo, que era sólo un muchacho. De su marido no tengo noticias.

Más atrás de eso no sé nada. Intento hacer unos cálculos. Como cualquiera, tengo dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos y treinta y dos “tatara-tatarabuelos” en la quinta generación ascendente. Y así sucesivamente, de tal forma que en la décima generación ya son 1.024 personas de las cuales desciendo de forma directa.

Y si me remonto a hace quinientos años, es decir, a veinte generaciones, la cifra asciende ya a 1.048.576. Dicho de otra forma, estoy aquí gracias a la participación de más de un millón de personas. Con una sola que hubiese faltado yo no estaría aquí asombrándome de estar aquí. Y en ese inmenso número de personas hubo, debió haber, campesinas, soldados, maestras, tenderos, esclavas, marinos, sacerdotisas, ladrones, prostitutas, poetas, asesinos…

Pero ningún rey. Nadie en mi genealogía tuvo cetro y corona, la sangre azul de la nobleza, el privilegio del armiño. Y quizás por eso, a la misma edad de las infantas de España y a pesar de ser grupo de riesgo, sigo sin vacunar.

En España el vocablo “infante” ya designaba al “hijo de rey” en el siglo XIII. Etimológicamente, el término viene del latín “infans”, niño pequeño, y, más propiamente, “incapaz de hablar”. Siempre me hizo gracia ese significado primigenio, “incapaz de hablar”, que alude a que en presencia del Rey no deben pronunciar palabra. Ese era, ha sido, es, el deber primero de los “hijos de rey”, estar callados.

El siguiente, acaso derivado del anterior, sería dar ejemplo o cuando menos, después de la privilegiada educación recibida, saber guardar una cola.

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