Rosario suele levantarse temprano, aunque desde que se jubiló obvia cualquier mandato del despertador. Toma una ducha y en estos tiempos el agua le parece cada vez más fría.

Sigue cantando mientras se asea, como desde hace muchas décadas. Sintoniza la radio y ve la tele. Se marchita en la monotonía de las noticias del covid hasta que la periodista anuncia una nueva vacuna o la reducción en el número de hospitalizaciones. Entonces sus ojos adquieren un inusitado brillo, un entusiasta color verde. Se ofusca con la realidad política y anota en su despierta mente una posible exposición o concierto a celebrar. Toma camino de la calle y saca partido al aire como un artesano a un filo. Da una vuelta por el Parque de Invierno y la pandemia es un armatoste endiablado que se esconde en su mente. Se dirige al Fontán donde le espera su amiga Ángeles. Compra una flor, es toda una experta en botánica. Se toma un café con su compañera y el pasado quiere adueñarse de la conversación: viajes de corto y largo recorrida, anécdotas que desprenden la fragancia inaprensible de una vida, amores por todo de largo vuelo, amigos que esculpen fielmente la memoria…. El camarero conoce la riqueza generosa de su conversación, ella sabe lo que le agrada y sana el alma; no le perdona una propina.

Se despide de Ángeles con una simple complicidad y compra como cada día el periódico y algunas viandas. Ya en casa Rosario cocina con el esmero de una dedicación plena, por amor al gusto. De tarde charla con sus dos hijos que se encuentran fuera de Asturias. La fortaleza y energía totalizadora de su voz les alienta y tranquiliza.

No pone reparos, sino la serenidad de la calma. Se deja las garras leoninas de la pandemia para sí misma. Las fotografías de su difunto marido, los cuadros que le transmiten un recuerdo, le otorgan un vibrante coraje. Ve una película con un sentido y sensibilidad del que no ha perdido el olfato por la belleza. Antes de meterse en la cama dedica horas plenas a la lectura. Amante de los libros de memorias y los diarios tiene a veces, aunque no lo parezca, la satisfactoria convicción de que cada día es distinto.