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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Abre los ojos

La pandemia ha cambiado la percepción de nuestros cinco sentidos

Tomo el título prestado de la película de Alejandro Amenábar. La pandemia nos ha abierto los ojos. Nos los ha abierto en los dos sentidos. Psicológicamente, nos hemos dado cuenta de la fragilidad de nuestro mundo y de nosotros mismos, a merced de un virus difícilmente controlable. Físicamente, hemos descubierto el papel esencial de los ojos para comunicarnos con nuestros congéneres. Antes la cara era el espejo del alma. Ahora, la mascarilla nos ha reducido el rostro hasta tal punto, que traslada a los ojos la responsabilidad de ejercer como espejo del alma.

Los ojos han alcanzado un inusitado protagonismo gracias a la pandemia. Parece como si hubiéramos perdido el pudor a mirarnos a los ojos. Continuamente nos cruzamos miradas, nos vemos los unos en los otros. Vemos alegría, y vemos, sobre todo, mucha tristeza. Y es que, como decía don Quijote, que el miedo tiene muchos ojos.

A la mascarilla sólo le falta el antifaz para convertirse en máscara. Las gafas con mascarilla contribuyen a esa desagradable sensación de aislarse del mundo, de cerrar la ventana a los demás. Son nuestras ventanas, como las ventanas que, según Neruda, no son otra cosa que los ojos de las casas.

La pandemia, como la primavera, ha provocado una explosión de los sentidos, sentidos que muchas veces teníamos adormecidos. A los que no dábamos importancia, como no damos importancia a las cosas hasta que carecemos de ellas. Esa explosión de los cinco sentidos no siempre ha sido para bien. La misma vista, tan necesaria hoy, es víctima de uno de los efectos secundarios del mal. Al hijo veinteañero de una buena amiga el virus le robó la vista del ojo bueno. ¿Para siempre Quién lo sabe. Los llamados efectos secundarios de la pandemia son uno de los grandes misterios. Como el propio sistema nervioso, que atacado por el inmunológico provoca desastres aún incomprensibles para la ciencia. Que se lo pregunten a los enfermos de esclerosis múltiple, de ELA o de parkinson.

La covid no se conforma con la vista. Ataca a todos los sentidos. Si usted, que no tiene problemas de oído, oye peor cuando le hablan con mascarilla, imagínese a un sordo al que se le oculta el movimiento de los labios. Queda incomunicado como no se ha cansado de reclamar el activista sordo Marcos Lechet ante todas las puertas cerradas de los ministerios. Lechet ha emprendido una encomiable cruzada hasta que, casi un año después de explotar el mal, este mes de febrero ha conseguido la homologación de las mascarillas transparentes. Ahora solo falta que se extienda su uso.

Y es que tantas minorías –los sordos somos una más– son una inmensa mayoría que tiene que esperar y dar prioridad a la necesidad general que la lucha en primera línea contra la nueva enfermedad. Los demás se han quedado en la retaguardia. Las quimioterapias han tenido que retrasarse para gran riesgo de pacientes de cáncer, operaciones quirúrgicas se han aplazado y no digamos la medicina preventiva, prácticamente abandonada. No es momento de prevenir el ataque si el enemigo está ya desbordando nuestras defensas. ¿Se acuerdan de las listas de espera que eran noticia un día sí y otro no Ahora parecen haberse olvidado. Casi mejor no saberlo para evitar más desasosiego.

Ya hemos repasado la vista y el oído. Pero ¿y el olfato y el gusto Precisamente la llamada anosmia es uno de los síntomas más frecuentes de la covid. Cuando dejamos de oler y de gustar, es que el virus ya está dentro. Dos de los sentidos que debieran provocar placer y satisfacción –degustar–, y que no sospechamos que se podían perder, ahora se nos hurtan. Carecen de ellos casi la mitad de los infectados y duran, con frecuencia, mucho más allá del alta médica. Y el tacto. ¿Usted es de los que aprieta los botones del ascensor con la manga de la chaqueta ¿De los que se lava con gel hidroalcohólico cada vez que toca una materia sospechosa, que ya lo son todas No tocar es la férrea consigna allá donde vamos, ya sea en el supermercado o en el transporte público.

Sentir se ha puesto muy complicado. Pero nunca como ahora ha sido tan necesario abrir bien los ojos y poner en alerta los cinco sentidos. Incluso el sexto.

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