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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Gana Sánchez-PSOE, perdemos todos

Los socialistas podrán cubrir con la tela de la ultraderecha al conjunto de la derecha

Creo que comparto con un sinnúmero de ciudadanos la perplejidad y la desazón ante el espectáculo de la cascada de mociones de censura y anticipos electorales. Como muchos de ustedes, estoy, en palabras de Cuesta, “pensatible, plasmáu silenciosu”, o, en de Marirreguera, “como aquel que de un palu ta ablucáu”.

Pero vengamos a la realidad, ante todo. Los partidos políticos son, en lo más sustancial de su ser, empresas: la expansión de su poder y el reparto de dividendos son sus principales afanes, como los de cualquier empresa. Que eso vaya acompañado de un discurso, que ese discurso y su práctica beneficien o no a los ciudadanos –o beneficien a unos y perjudiquen a otros– es consustancial a ellos, pero no el centro fundamental de su actividad. Entendido esto, podemos lenizar nuestro enfado o matizar nuestro juicio.

El movimiento inicial de Ciudadanos en Murcia, negociado con la Moncloa, trata, a mi juicio, más allá de los pretextos concretos de la región (el que se ha ofrecido como principal, el de las vacunaciones aparentemente irregulares, tiene escasa consistencia), de conseguir dos cosas: separar a Ciudadanos de la imagen de derecha próxima al PP y enviar un aviso a este para que no siguiese tendiendo las redes hacia cargos del partido de Arrimadas. Ahora bien, esa decisión inicial ha incitado, de momento, el estallido de Madrid, y otros movimientos en otros lugares.

Esa doble acción, Murcia, Madrid, ha provocado reacciones encontradas en Ciudadanos: muchos cargos importantes –regionales y estatales– han manifestado su sorpresa y desacuerdo. En algunos lugares –Ayuntamiento de Madrid, Castilla y León, Ayuntamiento d’Uviéu, por ejemplo– Ciudadanos y PP han manifestado su voluntad de mantener los pactos de gobierno. Veremos si pueden resistir a la presión y a las tentaciones.

El PSOE, como es natural, ha aprovechado para xurgar y ha presentado una moción de censura en Castilla y León, y en Uviéu y otros ayuntamientos ha invitado a Ciudadanos a echar al PP de la alcaldía. En los próximos días y años habrá más intentos de este tipo, unos triunfarán y otros no. El efecto, en todo, caso será convertir a Ciudadanos en un partido muy fraccionado, partido en taifas.

Para el PP, aunque la hipotética desaparición de Ciudadanos pudiera parecer una buena noticia, no lo es. Fijémonos en Madrid. Si prospera el adelanto electoral, Ayuso necesitará de Vox para gobernar. Un gobierno entre PP y Vox en Madrid es una magnífica baza para el PSOE y una parte de los opinadores para convertir a la derecha en la indeleble imagen de una ultraderecha monolítica, y, así, el esfuerzo de Casado de separarse de Vox será inútil, y muchos ciudadanos, por hartos que estén del PSOE, no querrán nunca votar al PP.

Gana, naturalmente, el PSOE. Al margen del poder que tome –del aumento del negocio–, ahora y en años sucesivos en múltiples escenarios cubrirá con la tela de la ultraderecha al conjunto de la derecha, dificultando mucho su triunfo y, al tiempo, blanqueará sus acuerdos con la extrema izquierda y el separatismo: se convertirá en el partido central de la vida española y, acaso, para muchos, el único de “apariencia razonable”, pacte con quien pacte, puesto que con (casi) todos pacta.

A muchos les alegrará este panorama, especialmente a los beneficiarios emocionales del triunfo del PSOE, pero ellos, como el resto de los españoles, también salen perdiendo: la política y la vida social se tensionarán aún más, y la dicotomía entre amigo y enemigo, el bien y el mal, se hará más insoportable, dejando escasos resquicios para el matiz o el acuerdo.

Malo para todos, incluso para los gananciosos.

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