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Alfonso Peláez

Estación

Los constantes retrasos en Gijón

Sentábense en la plazoleta del Parchís, en frente del novedoso Bariloche, desde que soñaron con ir a vivir a un soleado piso en el solar de tejidos La Innovación. Salvo que la lluvia contradijera a la pertinaz sequía, allí se les podía ver, a la senil pareja, sin perder detalle de la evolución de las obras de su anhelada vivienda. Cuando se puso el ramo, para su desgracia, ya los dos se habían trasladado hacia la morada definitiva.

Estos días, los gijoneses hemos asistido a un nuevo episodio de la estación de tren y, coño, una vez más se ha demostrado que al lado de muchas virtudes (nuestra paciencia pulveriza con creces el supuesto récord del santo Job) andamos sobrados de pasotismo, pues de otro modo no se explica que, ante la enésima tomadura de pelo, mantengamos impasible el ademán y no tiremos de gomeru ni de pira de llantas. En tanto en cuanto se averigua si el carbón de la playa ye de El Musel o del “Castillo de Salas”, San Lorenzo necesita o no arena, y el Piles está salubre o contaminado, está pasándonos como a los abuelos del bancu del Parchís y, caramba, como nietu, no quisiera tropezar en la misma piedra.

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