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Pere Casan

El mejor de los mundos posibles

El aumento del desconsuelo y el desasosiego entre la población pese a la mejoría de las condiciones de vida

Según reza un viejo chascarrillo que circula en determinados ambientes, el optimista dice que probablemente vivimos en el mejor de los mundos posibles, a lo que el pesimista responde que seguramente tenga razón. Valgan estas palabras para entrar de lleno en dos preguntas muy importantes: ¿Por qué hemos conseguido alcanzar una situación tan excelente en el mundo actual y al mismo tiempo, ¿por qué lo estamos echando a perder

Los grandes indicadores políticos y económicos de desigualdad (índice de mortalidad infantil, vida media de la población, índice de equidad de género, coeficiente de Gini, índice de Theil, índice de Palma) muestran una clara tendencia a la mejoría, que refleja la evidencia de un mundo mejor, alcanzado en el pasado siglo. De esta forma, efectivamente, vivimos en conjunto en un universo que ha logrado ascender a cotas nunca alcanzadas en los siglos previos de existencia. Atrás quedaron la elevada mortalidad infantil, las epidemias de cólera o peste, las enormes pandemias de gripe, la ultramiseria de grandes núcleos de población en África o Asia, etcétera. La población, a pesar de todos los pesares, vive mucho mejor que vivía y, aunque hemos asistido a enormes catástrofes, todos los indicadores están de acuerdo en afirmar que el mundo es mucho más igualitario que era. ¿Cuál es la razón pues de asistir a tantos momentos de angustia, de incertidumbre, hasta de pesar y desconsuelo Van aumentando los indicadores de suicidio y depresión, se incrementa también el consumo de drogas, el paro hace estragos entre la población joven, cada vez nacen menos niños, gastamos mucho en bienes y servicios pero aumenta la frustración, nos amenazan cambios ecológicos planetarios atribuidos a un cambio en el clima, la política mundial se abre paso a trompicones entre autoritarismos y populismos y, para colmo, nos asola una pandemia viral desconocida, cuando creíamos que todas las infecciones estaban ya controladas. Encontrar las razones de este aparente fracaso no es tarea fácil y a ello se dedican muchos de los actuales pensadores.

Michael J. Sandel, profesor de Ciencias Políticas en Harvard, lo atribuye a lo que él denomina “La tiranía del mérito” (Barcelona, Debate, 2020), que no es más que el abismo abierto entre las clases sociales, con la consiguiente reducción de la denominada “clase media”, por la dirección de una clase dominante, preparada en las grandes universidades. Anne Case y Angus Deaton, lo asignan a la desnaturalización del capitalismo, a la globalización y al cambio tecnológico “Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo” (Barcelona, Ediciones Deusto, 2020). Branko Milanovic, en “Capitalismo, nada más” (Barcelona, Taurus, 2020) razona asimismo sobre la prosperidad que hemos alcanzado gracias al capitalismo y los problemas en su mantenimiento, debidos al exceso y a la desigualdad. En suma, las librerías están repletas de autores y textos, las tertulias de afamados intérpretes de la actualidad, los periódicos de notas y reflexiones, en las que todos nos hablan de esta dualidad. Queremos resolver un problema que no es aparente y que amenaza con enturbiar una progresión de mejoría nunca alcanzada previamente.

En momentos de incertidumbre y dudas es bueno mirar hacia el mundo del arte. En mi caso, acostumbro a retomar viejas melodías que me liberen y me acerquen a una manera diferente de observar el mismo fenómeno. Les sugiero un musical, “Los Miserables”, basado en la famosa novela de Víctor Hugo y transformada en escena por Alain Boublil y Jean-Marc Natel, con música de Claude-Michel Schönberg y John Cameron. La obra se estrenó en francés en París, en el año 1980. No obstante, brilló especialmente en Londres en 1985 y en Nueva York en 1987, sin dejar de representarse desde entonces. Una de las canciones más delicadas y premiadas lleva el título de “I Dreamed a Dream” (Soñé en un sueño pasado, cuando teníamos esperanzas y valía la pena vivir la vida). Les sugiero la interpretación de Anne Hathaway, ganadora de un Óscar y Globo de Oro por su papel en la traducción fílmica del musical. Quizás no sea la mejor voz (para ello buscar Ruthie Henshall), pero sí la mejor intérprete global.

Como dice la canción, la esperanza es un recurso que en nuestras manos y contando siempre con la acción decidida permitirá que las ideas políticas y económicas se renueven y que las vidas, miserables o no, resurjan de las dudas y disfruten del mejor de los mundos posibles.

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