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Matías Vallés

El “Goya” a las mejores películas por estrenar

Una ceremonia singular

En una ceremonia habitual de los “Goya”, solo el diez por ciento de los asistentes han visto las películas a concurso, y lo confesaban sin recato en la pasarela previa. Con la pandemia, y en una situación paradójica dado el exceso de tiempo libre, esa proporción se reduce al uno por ciento. Entre los espectadores felizmente ajenos a la industria, debe rondar el uno por mil. Siendo generosos.

Con estos índices o indicios, los “Goya” no reconocen a las mejores películas estrenadas durante el año anterior, sino a las todavía por estrenar. Es un galardón para inéditos, como el “Planeta”. En circunstancias normales, la inocua ceremonia de entrega de estatuillas no influiría en el recorrido comercial de títulos ya exprimidos en salas. Sin embargo, una docena de galardones se han repartido en esta edición entre producciones que no suman cien mil espectadores, equivalentes a la asistencia a un partido de Primera División cuando también se celebraban con público. Por tanto, títulos como “Akelarre” o “Ane” han aflorado a la superficie solo después de recibir el supuesto reconocimiento a su trayectoria previa.

El cine español es inofensivo en cuanto a su impacto, máxime en un año sin “El Reino” que llevarse a la boca, ni siquiera otra “La trinchera infinita”. En esta situación anémica, la utilidad de los “Goya” se remite a observar el desplazamiento del eje creativo desde Cataluña al País Vasco, una oscilación que mantiene una curiosa vocación centrífuga. La escuela catalana se centraba en la adaptación a la pantalla de la obra de teatro “Sentimental”, a su vez una traducción al castellano del espíritu triunfal de Yasmina Reza. La satisfacción del espectador tras una velada agradable se ve empañada al recordar que el éxito previo en el espinoso terreno de las crisis de pareja se titulaba “Perfectos desconocidos”, una versión aquí literal de otra película italiana, “Perfetti sconosciuti”.

Utilizar un busto del incansable Goya para premiar a las sucesivas cosechas de películas españolas implica una prevaricación artística. No se necesita una aparatosa ceremonia a sala vacía para recordar que a Luis Tosar se le podría filmar afeitándose y presentar el resultado comercialmente, o que Rafael Azcona es el trasunto español del también inalcanzable Billy Wilder. Tan estratosférico que el guionista de Berlanga ni siquiera es identificado en su intromisión de “Los europeos”. Una ceremonia para inéditos que tal vez no merecían dejar de serlo.

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