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Triple confinamiento

Leer poesía es una experiencia que, aunque no consuele, gratifica

“Procura siempre mantenerse al margen, oculto tras un tiempo que a menudo se niega a transcurrir”. La frase pertenece a “Memorial de una pandemia”, un ciclo de poemas de Jenaro Talens escrito entre marzo y abril de 2020 e inédito hasta la reciente publicación de la antología de su obra “El azar nunca deja cabos sueltos” (Cátedra). Leo estos días sus páginas y compruebo sin asombro que yo también procuré mantenerme al margen del no-paso de los días en esos primeros compases de la pandemia. Una baja laboral por intervención quirúrgica me tenía ya confinado desde principios de febrero. Un mes después sumé a ese confinamiento el general confinamiento decretado para todos los españoles por el Gobierno. Doble confinamiento, pues. Y aun cabría hablar de un tercero, porque, para sobrellevar el marasmo temporal sin hurtarme a su influencia, me impuse una ambiciosa disciplina: escribir un largo poema en endecasílabos que fuese registrando el impacto exterior e interior de la convulsión en la que todavía estamos inmersos. Una suerte de diario o informe de daños que, a medida que fueron transcurriendo las semanas, se transformó, como suelen hacerlo todos los poemas, bichos imprevisibles, en otra cosa, otro poema, quizá un ser vivo. ¿Cuál? Imposible saberlo: hace nueve meses que permanece encerrado en su carpeta.

No viene al caso la razón por la que elegí el endecasílabo, pero si lo pienso ahora, sí les concedo que su regularidad me permitió construir un espacio habitable, con sus medidas y sus ciertas flexibilidades, como una habitación que cobra otro aspecto cuando cambias de sitio los muebles. La escritura de poesía es, en gran parte, la construcción de un espacio para guardar cosas y vivir con ellas. Un “lugar raro”, como dice Olvido García Valdés, pero un lugar al fin y al cabo. Y en el año del confinamiento no sobran los lugares así; todo lo contrario, porque la esfera personal, la mía, la de todos, ha sido penetrada de tal modo por el balance de daños y la metamorfosis de las costumbres que no hay forma de ponerse a cubierto, ni de hallar márgenes que no sean trincheras. Y es curioso: precisamente cuando los tiempos nos obligan a guardar distancia física para cualquier actividad (comprar el pan, trabajar, ir en el autobús...), es cuando nuestra esfera mental se encuentra más menoscabada. Por mor del virus y el contagio, nos separamos unos de otros, preservamos o intentamos preservar intocada la burbuja de aislamiento, pero, mientras tanto, nuestra mente es salvajemente invadida por la transmisión de datos. Nunca hemos estado más informados, pero tampoco más asediados por la información.

Ahí es donde puede intervenir la poesía, para quien la escribe tanto como para quien (solo) la lee. Y no estoy hablando de un encierro marfileño para precaverse de la invasión, sino de una experiencia estética que, aunque no consuele, gratifica porque transforma lo que vemos mediante lo que leemos y le otorga una vida sensitiva que los puros datos y la necesaria información no poseen. Como periodista, debo informar; como poeta, transferir aquello de lo que se informa (si ese es el caso, y en mi poema lo era) a un registro distinto, a salvo, como dice Talens, de “los zarpazos de la inmovilidad”.

Mi poema, por cierto, se titula “Año cero próspero”. No hay mal que por bien no venga. En 2020, antes del verano, el presidente del Gobierno estaba convencido de que saldríamos reforzados de esta crisis. Reforzados, no sé; transformados, seguro. Él no ha vuelto a ser tan optimista. Séanlo ustedes y lean poesía, por favor. Empiecen hoy. Mañana puede ser tarde. 

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