Resulta evidente que el futuro augura buenos vientos para la energía eólica en Asturias, de tal manera que las sierras del Occidente se nos van a llenar de gigantes con brazos de aspa que no habrá quijote que los acometa, sea el alcalde de Taramundi o el de Vegadeo el que se levante en armas de caballero andante, se conduzca a horcajadas de un rucio o al volante de un cuatro por cuatro por intrincadas pistas forestales. Ya vendrá un directivo de compañía energética con aires de bachiller Sansón Carrasco a hacerles volver a sus cabales, como si fueran émulos rurales de Alonso Quijano, adarga en mano. Se avecinan tiempos en los que en el tejado de cada Ayuntamiento, en lugar de una giraldilla habrá un anemómetro.
Los espacios protegidos quedan exentos, por ahora, del aparataje metálico que corona los montes y afeita las alas de aves despistadas que vuelan a favor de corriente, o las decapita sin miramientos, como si fueran los quintos de los gallos de Guarrate. O sea, que si por el Ayuntamiento de Somiedo asoma el maletín del delegado de una industria renovable lo normal es que lo manden a tomar el aire a La Farrapona. A buen viento va la parva: los somedanos no quieren su horizonte invadido por semejante fauna. En los parques naturales del Suroccidente no están por los alisios: mejor un oso en mano que una torre de doscientos metros de altos vuelos. El que quiera Nordés, a la playa de San Lorenzo.
El viento sopla a favor de las renovables y a esa tramontana ya no hay quién le ponga puertas, ni en esta región ni en Europa entera. Ya pueden venir turbulencias que la veleta marca una dirección única, la de la transición energética. Con la ministra Ribera a la batuta, suena buena música para el concierto de homenaje a Eolo: una sinfonía exclusiva de instrumentos de viento. A nadie quepa duda que la energía eólica está de dulce. Que lo celebren las empresas reconvertidas del carbón a los postres con generosa bandeja de buñuelos de vientos.
