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Carlos Fernández

El chárter

Frente a la estrategia de la crispación de las cúpulas nacionales de los partidos

Tengo la costumbre de escuchar la radio mientras preparo el desayuno. Hoy he tenido que apagarla. Retransmitían en directo una de las sesiones del Congreso de los Diputados. No solo he girado el interruptor, también he dicho “Basta”.

Conozco concejales, alcaldes de pequeños municipios, algún consejero incluso que son o fueron excelentes en su función –alguno deleznable, por supuesto, pero en un número inapreciable–. Se trata de políticos de verdad. De personas que han dedicado un tiempo de su vida a gestionar los asuntos de la sociedad con todo el entusiasmo y voluntad. Y en muchos casos percibiendo un sueldo ajustado –hay alcaldes en Asturias que cobran mil euros al mes y concejales que solo reciben pequeñas dietas por asistencia a plenos o comisiones–. Personas ejemplares. Pero algo sucede con los de arriba, con las cúpulas de los partidos. Prefiero, por prudencia, no decir lo que pienso. Dejémoslo en la palabra estupor. No solo han empotrado el barco contra los escollos sino que siguen a toda máquina taladrando el casco. Nacionalismos –grandes y pequeños–, corrupciones, desintegración del Estado, tránsfugas, desconocimiento absoluto del arte de la política y de la gestión, y lo más terrible, siembra gravísima, imperdonable, de enfrentamiento entre los ciudadanos.

Con sus mensajes y encontronazos viscerales, barriobajeros, intentan vendernos la idea de que el otro es malísimo. Es decir, toman a los ciudadanos por idiotas. No les da la cabeza para más. Y siempre hay gente que pica, que cae en el rollo de las banderías –que viene de bandera, por cierto– con lo que trasladan su visceralidad a las calles. Con el único objetivo de ganar votos. Algo inaceptable. Se ha llegado a una situación en la que salvo los forofos de los colores –yo soy del Oviedo, esté en primera o en quinta–, el resto no sabemos a quien votar. Es más, de mano nos apetece no hacerlo, aunque la responsabilidad y el no dejarles todo el timón para ellos nos obligue a acudir a la urna. Pero está claro que algo tenemos que hacer.

Creo que he encontrado una solución. La explico: Cuando España vendió a Alemania el Archipiélago de Las Carolinas, allá en la Micronesia, se quedaron fuera del contrato media docena de archipiélagos paradisíacos, que por tanto sobre el papel siguen siendo españoles, aunque el Gobierno de Rajoy haya dicho que no sin preguntarnos, por lo tanto ni caso. Playas de arena blanca, aguas turquesa, cocoteros… Dicen que el más guapo es el atolón de Pescadores, en Las Palaos, que hoy se llama Kapinga Marangui. La idea que les propongo es simple, “invitar” a los líderes y miembros de las ejecutivas nacionales de todos los partidos –todos– con representación parlamentaria a trasladarse a Kapinga Marangui, lugar en el que podrán dedicarse al cultivo de la copra y a las ostras perlíferas como medio de vida, y saborear playas, daikiris, y boleros; ellos felices y nosotros también. Asómbrense, no tocaríamos a nada costeándoles entre todos el chárter.

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