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Roberto Granda

El Club de los Viernes

Roberto Granda

Radiografía del buen progre

Ungidos por la gracia divina de la superioridad moral, campan a sus anchas poseedores de la razón, despreciando al disidente y normalmente despreciando también todo lo que ignoran. Miméticos entre ellos, por sus opiniones los conocerás. Podría ser tu vecino, tu familiar o tu jefe. Mira bien, por si no los has reconocido. Son los buenos progres, un tipo muy concreto y muy especial de personas. Veamos.

Con ellos hay que asumir que cualquier pretensión de objetividad se va por el sumidero del sectarismo. Como una máquina de sinrazones, no están dispuestos a tolerar en su mente la entrada de ninguna información o pensamiento que pueda alterar un mínimo las ideas preconcebidas a base de muchos años de prejuicios y dogmatismo. Han echado el candado, y todo esfuerzo será en balde.

Su dignidad como ciudadanos pensantes la han sacrificado en el altar colectivista de esa mente colmena. Incapacitados para dar un paso que no haya sido aprobado previamente por el consenso progre, por el cónclave tribal de los que son como ellos.

Han sustituido las cabezas pensantes por las testas que embisten. Con su ignorancia desbocada arrasan a su paso cualquier intento de razonamiento, y tienen constantes amagos de caer en la tentación autoritaria.

Niegan hasta los hechos consumados, en una síntesis perfecta de cinismo y estupidez. Su estructura mental está construida para explicar a su modo la realidad y hacer creíble entre los suyos aquello que enarbolan como certeza. El corolario que forma su mundo.

El buen progre, con sus filias y fobias propias de un fanático, tiene esa cualidad de, cuando cometes la insensatez de bajar a esa arena, mancharte tú con su mismo barro, y vuelves de ahí siempre más sucio, más hastiado, y sin haber logrado ni ganado nada. Uno se siente impotente ante las arrancadas irracionales de un cabestro convencido.

Porque el que cree estar en posesión de la verdad, no duda nunca, jamás flaquea, no tiene incógnitas, sólo convicciones, y ha aprendido a identificar al que plantea otros puntos de vista como el claro enemigo.

Es el librepensador el villano a batir, su más encarnizado oponente; lo estigmatizan y etiquetan, pues de alguna manera el que va por su cuenta a veces le muestra un espejo al borde del camino, donde el buen progre observa su reflejo y tal vez, por un mínimo lapso de tiempo, descubra sus limitaciones. Su cerrilismo. El páramo cultural en el que corretea. La charca llena de ignorancia, recelos y miedo en la que se revuelca con los suyos, todos ellos de inteligencias neonatas.

Porque esa creencia de que fluctúan en alguna especie de limbo de excelencia moral los exime de cualquier razonamiento. Con la torva superstición, tan entrañable a veces, de que algún día la sociedad capitalista será redimida y se alcanzará por fin el paraíso perfecto del hombre nuevo.

El buen progre, el autodenominado progresista, se llena de gozo con todo lo que sea reaccionario o involutivo, y por eso simpatiza con los nacionalismos periférico, sin percatarse, el bobo feliz, de esas contradicciones ni de sus incongruencias, porque para eso debería tener en la sesera desmadejada de ideas, algo más que cuatro conceptos cogidos por los pelos, demagogia, prejuicios y una impactante y ostentosa incultura.

Es más necesaria que nunca la defensa del humanismo frente a la barbarie iliberal. En esta campaña contra las libertades que vamos a enfrentar, de absoluta anormalidad democrática, con el Presidente con la mayoría más exigua pero con las capacidades plenipotenciaria más grandes aglutinadas en una sola persona desde la dictadura, el buen progre será un soldado de la coalición, en la batalla contra los derechos individuales que ya estamos librando.

En tiempos donde más se necesita el coraje de la sociedad civil, el buen progre se convierte en la triste y estúpida herramienta del poder, el tonto útil de la maquinaria gubernamental.

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