La Nueva España

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Demasiadas primaveras

La magia del principio de la primavera viene de su condición de víspera. Nada está hecho aún: ni los nidos de las aves, a las que se ve volar afanosas con una rama en el pico, ni la paciencia de los días, tan provisional que el sol duda todavía si sentarse o no, ni las hojas de los árboles, que en general se gestan enclaustradas en sus brotes mientras las que ya han salido lo hacen encogidas, haciendo pruebas de equilibrio antes de desplegarse. Así, el verdor sin colmatar del bosquete se muestra todavía en fase impresionista (puntillista, en concreto). El propio correteo alado de las escasas mariposas es aún más errático de lo habitual, como si la perplejidad ante el mundo las llevara a hacerse preguntas del tipo ¿qué estoy haciendo aquí?, ¿qué tocará ahora? y ¿me poso o no me poso? El viviente veterano (digámoslo así) corresponde a la extrañeza general con la suya: se siente intruso.

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