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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Sudor épico

Píldoras futboleras

Pero cómo se me empingorotan no pocos comentaristas de los partidos de fútbol televisado. Oigo a uno hablar de que no sé equipo se ha vuelto “colaborativo, más elaborativo”. La primera palabra existe, pero significa hecho en colaboración. Como el vocablo “equipo” ya implica organización, se trata de un pleonasmo inútil. ¿Colaborativo? ¿Por qué no “colaborador”? Pues porque tiene una sílaba menos, y la palabra −como el burro o el caballo− ha de ser hoy grande, ande o no ande. Vengan archisílabos: “El X*** es un equipo colaborativo, más elaborativo, muy conjuntativo, bien estructurativo, trabajativo, esforzativo y ayudativo”. Qué tonteritivo lenguajitivo, caray. ¿Tendré que llamar a mi Brel “perritivo Brelitivo”?

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Nací en Oviedo, vivo en Gijón. La rivalidad entre los equipos de fútbol de una y otra ciudad la uso solo para la buena risa y el buen rollo. Me la refanfinfla ya ese localismo suicida de “ir a muerte” con uno u otro. Por eso leo con gusto tanto el libro de Maxi Rodríguez sobre su militancia en el Real Sporting (“Lear o el deporte rey”) como el de Sergio Cortina (“Saliendo de la calle Oscura”) sobre la suya en el Real Oviedo. Qué alegría que escribir bien y divertido e ilustrado sobre fútbol no sea ya anatema. Qué lástima que se haya levantado la excomunión ahora, en esta época de fútbol negocio y de fútbol VAR, de fútbol teoría y fútbol estadística, de fútbol de apuestas (¿se dirá apostativo?) y nada de grada.

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Si quieren ustedes gozar de la lengua castellana o española, lean la larga entrada “escrivano” [sic, con uve: siglo XVII] en el Diccionario de Covarrubias. Conformémonos aquí con la definición de la RAE para “escribano” (ya con be): “Persona que por oficio público está autorizada para dar fe de las escrituras y demás actos que pasan ante él”. Un notario, diríamos acaso ahora. Los escribanos –al ejercer en tiempos pasados a mano y con tinta− dieron origen a una caritativa frase proverbial: “El mejor escribano echa un borrón”. Es decir: hay que excusar la falta que no es habitual, todos metemos la pata, basta con no ser contumaces (o sea, persistentes en el error). Así usan el dicho nuestro Benito Pérez Galdós, que lo deja en puntos suspensivos, por conocido: “Bien dicen que el mejor escribano...”; o el guatemalteco Miguel Ángel Asturias: “El mejor escribano, de tarde en tarde, suele echar su borroncito”. Pues bien, un narrador televisivo de un encuentro futbolero aburridísimo me despierta de mi sopor de sobremesa con una frase que altera el refrán: “Todo buen escritor echa un borrón”. No es escritor sino escribano, y hoy ya se escribe a ordenador: se echan burradas, pero no borrones.

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Si estamos sanos del coco, solemos enfocar nuestro esfuerzo a triunfar sobre las adversidades, a rodearnos de alegría, a empujar hacia la luz. El daño y la pena vienen solos, los trae la vida misma sin esfuerzo alguno por procurarlos. Sin embargo, Maradona “dedicaba esfuerzo a autodestruirse”. He aquí el fulgor de una frase cuando sabe captar plenamente la esencia de un proceso. La escribe Martín Caparrós. Pleno acierto.

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Ya puedo estar un mes buscando un adjetivo que califique a un sudor abundante. Me saldrá “copioso”, y para de contar. Por eso envidio la inventiva lingüística infantil. Uno de mis nietos vuelve del cole con un sofoco de aúpa, pero contento y orgulloso. Al parecer, ha tenido sucesivamente Segmento de Ocio (antes llamado Recreo) y Educación Física (antes, Gimnasia). Se ha empleado a fondo, corre que te corre en el uno y la otra. Comprensivo, se vuelve hacia su mamá, que lo ducha y cambia para que no se resfríe con la sudada: “Lo siento, mami: hoy ha sido un día de sudor épico”. Lo clavó.

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Y, como se ha escrito aquí de fútbol, qué menos que el palíndromo quincenal que me envía mi amigo invisible sea balompédico. Ahí van sus diecinueve letras: “Sabes lograr gol, Sebas”.

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