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Carmen Martínez Fortún

Años y callos

Rebelarse frente a la rutina de la vida

Tengo muchos años aunque no llegue a los 117 de la japonesa que portará la antorcha olímpica el próximo mayo o los 107 de la brasileña que lo hizo en Brasil antes de los Juegos de Río. Nadie –ni siquiera los muy jóvenes, espero– considera hoy a la gente de mi edad anciana, pero eso no impide que atesoremos más recuerdos de los que seguramente podamos generar en los años que nos queden por vivir. Y así me gusta cada vez más asumir mi edad. No como la lucha constante que es contra las arrugas, la gravedad o la artrosis, sino como un tesoro de recuerdos que guardo sin que la nostalgia o la añoranza –que las hay– superen la felicidad o la gratitud por haberlos vivido.

Llegará seguro un día en que los 100 de antes sean los 50, como se dice ahora de los 60 o de los 70, a los que alegremente se les quitan dos o tres décadas y a la vista estuvo un Antonio Banderas cuya donosura en la ceremonia de los Óscars sorprendió a la par que encantó, no solo por su sentido común, empatía, elegancia, inteligencia, amabilidad y buen rollo, sino por su porte privilegiado. Antonio nos llenó de optimismo, porque además había pasado el covid, lo cual implica que se puede superar sin secuelas esa dolencia que tantas mermas deja. Desearía una con deseo fortísimo e impotente que todos los que la han padecido y han perdido la vida, aún la conservaran, y que los que la han superado, recuperen su vida pasada, empeorada en muchos casos por deterioros pasajeros o perpetuos y heridas físicas y morales. Y desearía sobre todo, como León Felipe, que la enfermedad no haya hecho callo ni en el alma ni en el cuerpo.

Porque es lo peor ir encalleciéndose ante la rutina de la vida que va matando o en estos momentos ante la repetición diaria de las cifras, contagiados, ingresados, dolientes en cuidados intensivos y muertos. Callo ante los inocentes que mueren en el mar, callo ante las muertas por violencia de género. Porque no todo es pandemia y lo malo sigue. Lo mismo que lo bueno. Encallecerse es renunciar al remedio, a la resistencia y a la victoria. Y no podemos permitírnoslo.

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