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José Manuel Ponte

Los bisnietos del rey Abdullah

Una calle en La Coruña para el antepasado del monarca jordano

Este rey Abdullah II, que acaba de desbaratar un golpe de estado que se estaba preparando contra él en Jordania, debe de ser nieto o bisnieto de aquel otro Abdullah que fue recibido por Franco en el puerto coruñés el 5 de septiembre de 1949. El monarca jordano descendió de un elegante paquebote inglés, el “Higuan Brigade”, que yo recuerdo blanco, blanquísimo, y el dictador ferrolano llegó en un lujoso automóvil descapotable escoltado por su exótica guardia mora a caballo. Yo, que era muy niño, asistí al espectáculo desde una de las galerías que dan a la Marina coruñesa y, según la versión de los medios de la época, el numeroso público ovacionaba continuamente a los dos dignatarios. Eran los años en que la España franquista todavía estaba considerada por los vencedores de la II Guerra Mundial como un apestado diplomático, aunque ya empezaba a valorarse su situación estratégica y su anticomunismo visceral. Y en esa discreta tarea de aproximación jugaba Inglaterra un papel importante. (No olvidemos que en 1945 Franco tuvo que concentrar en la plaza de Oriente de Madrid a su famoso “millón de incondicionales” para dar respuesta a la retirada de embajadores). Por entonces, Abdullah estaba considerado como un peón a mover por la diplomacia británica en el complicado tablero de Oriente Medio y no es desdeñable suponer que el encuentro con Franco formaba parte de ese juego. La estancia de Abdullah en Galicia duró cinco días y después de La Coruña (donde hubo que dorar a prisa y corriendo las llaves de los toriles del coso taurino al no encontrar en el Ayuntamiento las auténticas de la ciudad) visitó, siempre en compañía de Franco, Santiago de Compostela y la comarca de Arousa, a la que llegaron por mar escoltados por una flotilla de barcos de guerra. Dos años mas tarde (1951) el rey jordano sería asesinado a tiros en el interior de una mezquita, y entre los que se libraron del ataque terrorista estaba su nieto Hussein, que acabaría por sucederle en el trono. El Ayuntamiento coruñés le dedicó una calle y, para honrar su memoria, escogió una que en aquel tiempo era avanzadilla del despliegue urbanístico que hacía frontera con la campiña. Yo transité mucho por esa calle, porque era obligado territorio de paso hacia las fincas en las que se cultivaban toda clase de hortalizas y extensos maizales donde nos escondíamos para desesperación de los campesinos que los cultivaban. También corría por allí un río que iba a desembocar a la playa de Riazor, y se guardaban los carros de mulas para el reparto de las gaseosas. Los niños nos colgábamos de la trasera de esos vehículos, muy parecidos a los de las películas del Oeste americano, y aguantábamos hasta que el conductor nos desalojaba de allí lanzando latigazos desde el pescante. En un praderío anexo entrenaban los equipos del fútbol modesto , y los jugadores solo disponían para lavarse del agua que llevaba un vetusto acueducto municipal. El avance de la ciudad convirtió la calle del Rey Abdullah y sus aledaños en una arteria principal y en residencia de gente importante. En los inicios de su transformación hubo allí locales legendarios de la noche herculina como La Cueva del Murciélago y Las Walquirias.

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